Todavía no vimos un solo balboa; fracciones de balboa, desde un centésimo a 50 centésimos de balboa, sí ya vimos, pero un balboa entero, no. Según nos fuimos enterando, parece que ya ni existen; la única moneda práctica en Panamá es el dólar vespucciano - si bien los precios se indican en balboas, son dólares vespuccianos los que cambian de mano; en cuanto a las fracciones de balboa, tenemos en el bolsillo, en perfectas armonía e intercambiabilidad, monedas de un cent de dólar con la cara de Lincoln, de un centésimo de balboa con la cara de Urraca, monedas de 25 cents de dólar con la cara de Washington, de 25 céntimos de balboa con la cara del susodicho, y así sucesivamente.
Antes de que nos olvidemos, esta mañana, tuvimos una mínima de 25 grados con una humedad de 85/oo. Božka dice: terrible; Karel dice: nada extraordinario.
Nos pasamos la mayor parte del día con diligencias para establecer las posibilidades o imposibilidades, de una u otra manera, de pasar de Panamá a Colombia, a pesar de la falta de conexión terrestre viable, por la selva del Darién - vale decir que, otra vez, nos encontramos trenzados en asombrosa lucha con las direcciones de esta Ciudad Panamá. No podemos no mencionar otro caso.
Teníamos una dirección clara y exacta: calle Eusebio A. Morales. Preguntamos a media docena de personas en distintos lugares; y todas pusieron esa cara vacíamente estúpida a la cual ya nos acostumbramos - porque hay maneras de no saber y maneras de no saber; se puede no saber, e inteligentemente decir no sé, y hay manera de no saber, que parece la especialidad de ciertos países, poniendo una cara perfectamente bovina, como quien se quedó con los sesos repentinamente petrificados.
Eventualmente, un alma caritativa, con un poco más de chispa debajo del cráneo, realmente nos quiso ayudar y, en desesperación, nos preguntó en frente de qué, o al lado de qué, se encontraba lo que buscábamos; nosotros no supimos decir otra cosa que repetir la dirección: calle Eusebio A. Morales.
Finalmente, encontramos la calle Eusebio A. Morales; ¿dónde estaba?; empezaba justito en el lugar donde uno de nuestros gentiles informantes nos había dicho que no tenía la menor idea.
Pero ya nos pasamos más allá del nivel del asombro, del nivel de la desesperación, del nivel de la incredulidad. Mucha gente viaja a lugares exóticos - lejos, en el medio de tal continente, o en la punta de tal continente, o en una isla perdida en un océano - para ver sociedades o costumbres raras; pues, nosotros tenemos el privilegio de extasiarnos y asombrarnos ante modalidades mentales ya ni siquiera exóticas sino parahumanas, sin siquiera salirnos de nuestro camino - un beneficio adicional y gratuito de esta Expedición.
Los resultados de nuestras averiguaciones no son, por ahora, muy alentadores.