Un enredo que Cristóbal Colón y los paraborígenes de aquel entonces nunca hubiesen soñado.
Luego, fuimos, sin mayores novedades, hasta otro sitio llamado Buenos Aires. Este, casi a orilla del lago de Nicaragua; resultó ser tan sólo un villorrio, pero mayor que cualquier otro Buenos Aires que habíamos visto hasta entonces.
De Buenos Aires, fuimos a la orilla misma del lago de Nicaragua; el agua tenía un olaje bastante fuerte; lo curioso es que, en sus aguas dulces, este lago tiene fauna marina como ser tiburones y otra.
En el mapa, el lago de Nicaragua y el lago de Managua parecen dos lagos con no otra diferencia que sus tamaños.
Pero, en la realidad tridimensional, el lago de Nicaragua se encuentra más bajo - con 32 metros de altitud - que el lago de Managua - con 39 metros de altitud. Los dos lagos están conectados.
En la distancia, vimos una isla compuesta de dos volcanes.
Volcanes son tan parte de la realidad nicaragüense que esta relación de volcanes-en-lago se invierte también en relación de lagos-en-volcanes. Nada más que en la zona de Managua, hay una cantidad descomunal de lagos en cráteres. Uno, en el propio sitio donde estuvimos, Acahualinca.
Como si no fuera distinción suficiente ser lago en cráter, uno de ellos, la laguna Jiloá, se impone como la versión local del Loch Ness escosés: tiene su monstruo acuático propio - con escamas doradas, enormes orejas - que, según se dice, emerge con la Luna llena.
Y otro lago de cráter, el lago de Apoyo, cerca de Granada, también busca individualizarse en la muchedumbre de lagos de cráteres, con piedras flotando en sus aguas.
Parados a la orilla del lago de Nicaragua, también estábamos parados a la orilla de una idea que nunca se realizó.
La idea de un canal, de una vía de navegación, transístmica entre Atlántico y Pacífico, subiendo por la cuenca del río San Juan desde el Atlántico al substancial lago de Nicaragua, y bajando de éste por un corto canal al Pacífico - y viceversa. Una idea, del punto de vista topográfico, muy atractiva, con la división orográfica llegando a tan sólo 51 metros, mientras que, en Panamá, alcanza cerca de 100 metros.
Una idea tan atractiva que, hasta casi fines del siglo XIX, cuando quedó cristalizado el proyecto del canal de Panamá, los Ingleses tuvieron mucho interés en "proteger" a los paraborígenes misquitos, cuyas tierras, casualmente, incluían el río San Juan.