La próxima meta fue la ciudad de Granada.
Nos aproximamos por un camino feo; parece que el único camino bueno de Nicaragua está solamente en la zona de la frontera con Honduras.
De paso, nos paramos en el pueblo de Masaya por si se podía encontrar algún mercado para comprar algo: nos enteramos de que los sábados, no sabemos si todo el día o de tarde solamente, y los domingos, no hay manera de comprar comida en un mercado; de todos modos, por lo que vimos de Masaya, nos pareció que, abierto o cerrado, el mercado hubiese sido el mismo para nosotros.
Granada resultó ser un tipo de León, con quizás más calles insulsamente coloniales, pero ciertamente sin la compensación de la catedral.
Hay que reconocer, sin embargo, que su plaza central tiene una cantidad poco común de edificios con columnas varias.
Parece que, a pesar de su posición mediterránea, fue saqueada por Drake, pirata de su Majestad Británica, curiosamente desde el océano Atlántico, por el conducto del río San Juan y del propio lago de Nicaragua.
La situación de las compras se había vuelto puramente ridícula. Teníamos dinero nicaragüense, necesitábamos comida y bebida, y no había manera de comprar lo que queríamos, y gastar el dinero, dinero que, por otra parte, pensábamos que sería muy difícil de recambiar por otra moneda.
Por desesperación, Božka quiso comprar agua gaseosa y cerveza en una despensa. Agua había, y cerveza había, pero no las querían vender porque no teníamos botellas. Quisimos comprarles las botellas. No, no podían. Las botellas eran más escasas que dinero. En desesperación, tuvimos que transvasar el agua gaseosa y la cerveza en nuestras botellas termos, un trabajo enojoso para un sabor terrible. Eso sí, la cerveza y el agua, ridículamente baratas, como todo lo demás, por otra parte, en Nicaragua.
También podíamos haber hecho lo que hace comúnmente la gente del país: transvasar el contenido de las botellas a una bolsita de plástico y chuparlo con una pajita. Es común ver gente caminar en la calle chupándose una bebida por una pajita saliendo de una bolsita de plástico; hay que reconocer que tiene un aspecto eminentemente práctico; es probablemente el único tipo de envase que se vaya achicando en proporción directa con la cantidad del líquido restante; y luego, cuando se tira pajita y bolsita vacía al suelo, ni siquiera se rompen.
Ahora que esta costumbre no es solamente nicaragüense; también la habíamos visto en Honduras, y quizás también en Guatemala; pero, entonces, no le habíamos dado nuestra atención.