Salimos de Honduras, asegurándonos primero de que, en caso de dificultad en la parte nicaragüense, podríamos volver, y reingresar a Honduras. Naturalmente, salir de Honduras es más corto decirlo que hacerlo; llevó sus ágiles sesenta minutos, pero no hubo problemas.
Y nos encaminamos hacia el puesto nicaragüense. A pocos pasos del puesto hondureño, vimos unos edificios e instalaciones totalmente destruidos, y supimos, por lo que nos habían dicho los Hondureños, que eso había sido la aduana nicaragüense hasta que los contra-revolucionarios la destruyeran.
Seguimos unos 2 kilómetros más, hasta toparnos con un cable de acero tendido a través de la ruta. Habíamos llegado así a la - bueno, no se lo puede llamar oficina, porque, salvo un árbol y un banco debajo del árbol, y un viejo barril de acero a manera de mesa, otra cosa no había - pues habíamos llegado al puesto de migraciones de Nicaragua.
Antes de empezar cualquier trámite, quisimos averiguar los detalles de las formalidades, tanto de migración como de aduana.
Del punto de vista migración, pareció que no habría problema; en cuanto a aduana, los oficiales de Migración nada sabían en absoluto - dos entidades totalmente aisladas una de la otra; y con la aduana a 20 kilómetros del lugar. Finalmente, por pura casualidad y suerte, apareció en Migraciones un empleado de la aduana, y así nos enteramos de que, en la aduana, nos esperaba una elección: sacar, bajar, dejar inspeccionar minuciosamente, cualquier cosa y cosita que teníamos - un trabajo enojoso que sabíamos que nos llevaría un día entero y parte de otro día, o estar permanentemente acompañados, día y noche, metro tras metro, durante nuestra estadía en Nicaragua, por un custodio delegado por la autoridad. Linda elección.
En base a la información, decidimos que íbamos a pasar la parte de la migración y luego olfatear de más cerca lo de la aduana. Los trámites migratorios se hicieron estrictamente al aire libre; cómo hacen cuando llueve, no sabemos. En esencia, no fue diferente de las migraciones de los países anteriores, como Honduras o Guatemala; muchas vueltas, muchos papeles inútilmente repetidos, y siempre el inevitable sello con pago de derechos. Ah sí, y también una buena fumigación del coche, por fuera y por dentro; esta vez, no pudimos convencer al intransigente Nicaragüense que no fumigara el interior del vehículo y sacamos toda la comida para que no fuese expuesta al veneno.
Luego, vino el tiempo de recorrer los 20 kilómetros hacia la aduana. Ah sí, pero no solos; se nos subió un acompañante en el vehículo, y fue bajo su ojo vigilante - y con amable disposición, felizmente - que recorrimos los 20 kilómetros.
Llegados al núcleo aduanal, instalado, como emergencia, en un ex-motel con restaurante, no fue frente al núcleo que nos estacionamos sino que tuvimos que >>>>>>>>