Nuestra atención se dirigió sucesivamente a dos focos de interés diferentes.
Por una parte, vimos un grupo de esculturas y bajorrelieves almacenados en hilera en un terreno contiguo al ingenio.
En este grupo, tuvimos la sorpresa de encontrar piezas de estilos muy heterogéneos: vimos piezas indudablemente mayas, algunas, con el sistema típicamente maya de escribir cifras, probablemente fechas; vimos un bajorrelieve representando dos jugadores del juego de pelota ceremonial, aparentemente uno, victorioso, uno, vencido; también vimos una estatua y un bajorrelieve basados en el tema de muerte; hay también una hermosa cabeza de otro estilo por completo; y una cabeza grande y dos chicas, muy rudimentarias, que parecen no tener ninguna relación con todo lo demás; varias decoraciones que, evidentemente, no son creaciones independientes sino que fueron otrora partes de algún edificio; y también vimos un hermoso ejemplar de un jaguar sentado en sus patas traseras y con las dos patas delanteras como un perro adiestrado que pide algo.
Sí, una heterogeneidad bien curiosa en estas piezas supuestamente sacadas de una misma loma donde, ahora, se cultiva caña de azúcar.
Una de las muchas esculturas
Por otra parte, un representante del ingenio nos llevó a una loma apartada en el medio de las plantaciones de caña de azúcar para mostrarnos dos piezas únicas; una, una cabeza esculpida en piedra, de algo más de un metro de diámetro, y la otra, un bajo relieve de una cabeza con un tocado, de perfil, y unos números mayas; ambas piezas, únicas por su belleza intrínseca; únicas porque fueron dejadas en los sitios donde fueron encontradas - de hecho, la cabeza está parcialmente enterrada, se la ve de los labios hacia arriba; y especialmente únicas porque no son esculturas muertas de otros tiempos, no son estadísticas, sino que están llenas de vida hoy - y "hoy" no quiere decir vagamente los tiempos presentes sino hoy mismito; hoy, cuando estuvimos allí, arriba en la loma, cabeza y bajorrelieve eran el foco de un ritual paraborigen.
Cuando llegamos al lugar, nos encontramos con el conmovedor - y abandonado - cuadro, de incienso quemándose delante de la cabeza y del bajorrelieve, y perfumando deliciosamente el aire; de velas colocadas en el bajorrelieve, listas para ser encendidas; de manojos de algunas plantas colocadas encima de la cabeza y encima del bajorrelieve; y de un puñado de moneditas de un centavo de quetzal.
No hay duda de que, lamentablemente, interrumpimos una ceremonia, un ritual, de algunos paraborígenes para quienes este lugar y estas esculturas por sus antepasados son sagrados; no hay duda de que, al escuchar nuestra intrusión, se escurrieron en la tupida vegetación, de que nos espiaron durante nuestra presencia, y de que, con toda seguridad, regresaron a sus obras cuando partimos; no hay museo, no hay colección, no hay parque nacional en todo el mundo, que podría darnos la impresión que tuvimos allí, arriba de aquella loma.