Frente a un altar lateral de la iglesia de Santo Domingo, primero escuchamos, y luego, guiados por las voces, vimos, una romería de paraborígenes, hombres, mujeres y niños, arrodillados o sentados en el suelo, rezando en su idioma; era como que cada uno decía su propia plegaria y todos hablaban al mismo tiempo; los que rezaban eran mayormente los hombres; las mujeres, algunas rezaban, y otras platicaban; los niños hacían sus cosas sin que a nadie se le ocurriera hacerles bajar la voz; el piso entre los paraborígenes y el altar estaba profusamente iluminado por docenas de velas; dos o tres botellas de bebida gaseosa pasaban regularmente de boca a boca.
En la explanada de la iglesia de Santo Domingo, hay una docena o dos de mujeres paraborígenes vendiendo artesanías y ropa de lana, al mismo tiempo que cardan e hilan su materia prima. Gran fue la sorpresa de una de las mujeres cuando le dijimos que no queríamos comprar una de sus hermosas prendas sino un ovillo de la lana que estaba hilando y un pedazo de la lana cruda de la cual lo hilaba - y es lo que le compramos.
En San Cristóbal de Las Casas también nos encontramos con una nutrida cantidad de turistas; sorprendente, porque de turistas nos habíamos olvidado en las carreteras; estos turistas son de un tipo refrescante comparados con los turistas de antes; son gente joven, abierta, despierta, tratando de entender el mundo y no de imponérsele.
Dejamos San Cristóbal de Las Casas en dirección al pueblo de Comitán, uno de los últimos pasos antes de la frontera con Guatemala y lo desconocido.
En la zona de San Cristóbal de Las Casas, también vimos - de vez en cuando - grupos de paraborígenes ataviados con uniformes evidentemente de otros pueblos, como ser hombres con pantalones cortos o con ponchos negros, y mujeres con rodetes no atrás de la cabeza sino en la frente.
Recién, pasamos por un empalme con un cartel vial mostrando hacia el famoso Palenque arqueológico; sí, pero para nosotros será a la vuelta desde América del Sur.
Seguimos con las curvas a diestra y siniestra, bajando y subiendo; la única diferencia es que, ahora, los árboles agujíferos grandes están en evidencia mucho más que antes.
Mientras tanto, nos volvió a la mente una circunstancia que ocurrió entre Zinacantán y San Cristóbal de Las Casas.
Resulta que nos habíamos parado al borde del camino para ver un poco el ambiente, y, al rato, nos dimos cuenta de que, a unos cien metros detrás de nosotros, estaban paradas una mujer y dos niñas; las tres, cargadas de leña como mulas - y la madre, con una criatura por encima de su bulto de leña. Pasando el tiempo, nos preguntamos por qué se quedaban ahí, paradas tanto >>>>>>>>