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La franja de tierra que nos sirve de camino está en terraplén, de color rojizo; empero, de ambos lados, notamos que todo el terreno está cubierto por una capa de cenizas volcánicas.

Por fin llegamos al pueblo de Angahuán, de donde, supuestamente, se puede alcanzar el volcán Paricutín, presentemente en quiescencia; y su obra de destrucción.

Es de noche, estamos estacionados un poco fuera del pueblo de Angahuán.

Con las últimas luces del día, tuvimos justo el tiempo de averiguar un poco cómo se llega al Paricutín. Parece que no se puede llegar sino a caballo o a pie con un guía - pero nosotros tenemos nuestras dudas en cuanto a qué hacer porque ello requeriría dejar nuestro coche - con todo lo que hay en él - en un lugar que todo el mundo conocería, por un tiempo que todo el mundo también conocería, una situación bastante vulnerable. Así que, de hoy a mañana, decidiremos.

Por otra parte, el pueblo mismo de Angahuán ofrece su interés propio, por sus casas, sus callejuelas y su gente - esta gente también es tarasca; en realidad, todo el estado de Michoacán es un estado de Tarascas.

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Estamos estacionados a unos miserables quince kilómetros de nuestro dormitorio de anoche, listos para una nueva noche al borde de este camino de calamidad, donde el poco tráfico se mueve paso a paso y la polvareda se asienta todavía más lentamente. Por lo menos, anoche, cerca de Angahuán, fue nuestra primera noche de silencio desde que llegamos a tierra firme de México, y no hay razón para que no sea lo mismo esta noche.

¿Por qué tan pocos kilómetros? Porque, esta mañana, tuvimos que ocuparnos de varios quehaceres domésticos ya impostergables, y porque, esta tarde, después de analizar la situación del estacionamiento del vehículo, fuimos al volcán Paricutín.

Fuimos, mejor dicho, al pueblo - de los dos pueblos que el volcán sepultó - donde todavía emergen, de entre las espesas capas de lava, el campanario y la parte alta de la fachada de la iglesia, y donde, en la otra extremidad de la iglesia, todavía milagrosamente sobrevive el altar, rodeado, pero no tocado, por la lava - se impone la pregunta de cómo es que todavía no se le ocurrió a nadie decidir que fue un milagro.


Parte del campanario emergiendo de la lava

Otra cosa curiosa es que fue justamente cuando esta iglesia - construida con un solo campanario y dejada así desde 1618, por un grabado que vimos - estaba por recibir, por fin, más de tres siglos más tarde, en 1943, su segundo >>>>>>>>