/ Toda la gente tiene rasgos netamente no-caucáseos y habla un idioma que, nos enteramos, es el tarasco.
/ La indumentaria de los hombres es más o menos el habitual pantalón con camisa y sombrero.
/ Las mujeres, aun las niñas, tienen vestidos de pollera larga, con unos delantales, y la infaltable manta; algo que, a veces, es faltable es los zapatos.
/ No vimos muchos hombres y no podríamos decir qué hacen pero las mujeres, sí, llevan agua en sus jarrones de cerámica, llevan leña en bultos colgando de la espalda, llevan criaturas en la espalda.
/ Vimos con sorpresa niñas de no más de cinco años llevando en una manta en su espalda criaturas de la mitad de su mismo tamaño y sin que pareciera ningún esfuerzo para ellas.
/ Las casas son de adobe y la hilera de casas sobre la calle principal tiene una ininterrumpida recova con postes de madera.
Estamos cruzando una zona agraria con una fuerte predominación de caña de azúcar.
Ah, aquí justamente apareció un ingenio en pleno trabajo, con docenas de camiones cargados de caña esperando en turno para ser descargados; un horrendo penacho negro, que debe de ser mitad humo y mitad hollín, surge de la alta chimenea, curioso contraste con la blancura del azúcar que está siendo fabricada adentro. En divertida fortuitez de paralelismo, ambos productos, el humo y el azúcar, nocivos para la salud.
Ah, pero ¿qué es esto? Terminó el asfalto; lo que, de por sí, no sería tan malo; pero este camino de tierra parece que juró una guerra a muerte a todos los muelles y todas las cubiertas de todos los vehículos que se atreven a transitarlo.
La topografía cambió otra vez; estamos en sierras, y subiendo; estamos a unos dos mil metros, una altitud suficiente para ofrecernos otra vez la agradable vista de bosques de árboles de agujas.
Ya van 30 kilómetros de este camino que no permite una velocidad mayor de 5 a 10 kilómetros por hora si uno quiere llegar con vida a su destino; es un tremendo atraso para nosotros porque, según el mapa, pensábamos que sería todo de asfalto; casi no se puede hablar en el grabador porque es casi imposible guardar el micrófono estable frente a la boca; además, el manejo por sí solo ya es bastante problemático.
Recién pasamos por un pueblo donde las construcciones ofrecen una curiosa combinación, e inesperada combinación en México, de piedras y madera.