la puerta de atrás del acoplado, y al aparecer a la vista un amontonamiento humano como sardinas enlatadas, cada hombre con un fardo de cobijas.
Pero nos esperaba otra sorpresa: unos ocho hombres con sus ocho fardos - de los que dejaron este acoplado - se apostaron a la espera de otro tipo de transporte por un camino lateral; parecía un caso bastante desesperado, pero, por lo visto, mientras hay vida hay esperanza: a los dos o tres minutos, pasó por el lugar una chatita vacía y, en un santiamén, el amontonamiento de hombres y fardos viajaba alegremente, y se supone gratis, hacia su nuevo destino.
Ya que hay tiempo, otra anotación más.
Mientras que, en Baja California, se conseguía agua pura para beber, ahora - que sería más necesario que nunca porque estamos entrando en la zona de amibas tropicales - desapareció de los mercados tan necesario líquido; por ahora, estamos gastando nuestras reservas; todavía nos quedan unos treinta litros de agua potable; pero qué pasará luego, no sabemos; en el peor de los casos, habrá que hervir el agua. Parece que, en Baja California, tenían el surtido de agua buena para los Vespuccianos.
Lo mismo ocurre con los jugos de fruta, especialmente de naranja: en Tijuana y Mexicali, todavía se podía conseguir jugos puros y sin aditivos, aquí, ya no; lo único que se consigue, y que nosotros no aceptamos, es naranjada, entiéndase una mezcla de agua, azúcar, concentrado de naranja y otros ingredientes arbitrarios.
Acabamos de escapar - se podría decir, en chiste de buen humor - con vida de un pueblo, de nombre Peñas.
Pasando por dicho pueblo, vimos una pequeña feria; ni siquiera detuvimos la marcha, por lo que creímos sería unos segundos para ver si valía la pena visitar la feria, que nos encontramos rodeados, como por milagro, por un enjambre de chiquillos e incluso de unos hombres, ofreciéndonos de todo menos algo que nos hubiese interesado comprar; al hombre que nos quería vender unos loros - por lo menos un loro - Karel le dijo que ya tenía a su mujer, lo que le cortó la inspiración al hombre e hizo que se retirara del campo de batalla.
Pero los chiquillos seguían alrededor; al ver que no nos iban a vender nada, empezaron otra táctica, la de pedir.
•/ Uno, pidió una lapicera; como nos pareció que una lapicera no podía ser el indicio sino de inquietudes loables, nos preparábamos a darle una, pero en seguida otro también quiso una lapicera; les dimos una lapicera a cada uno - después de una sostenida discusión para decidir quién recibiría la negra y quién recibiría la roja.
•/ Un chiquillo nos pidió que le cambiáramos una moneda de 5 centavos vespuccianos por dinero mexicano, nos pedía 5 pesos, lo que equivalía a un >>>>>>>>