Hoy, vimos lo más peligroso que hayamos visto hasta ahora en términos viales: una ruta asfaltada, bastante buena, de vez en cuando comida desde los costados por la erosión de manera que, después de largos trechos sin cuidado, de repente y casi sin preaviso, había huecos fácilmente de medio-metro de profundidad abriéndose; a veces cortando toda una mitad del ancho del asfalto, delante de las ruedas; muy peligroso. En Vespuccia, habría por lo menos dos o tres advertencias, a varios centenares de metros por anticipado - grandes y luminosas; pero, por lo visto, aquí, la gente se arregla muy bien sin tales lujos; en Vespuccia, la gente maneja demasiado como autómatas.
Entre varias cosas que hicimos a nuestro regreso a La Paz, antes de ir al puerto, fue parar en un correo, nuestro primer contacto con una oficina de correo en México.
Inexplicablemente sucia, sucia, sucia; muy sucia en el piso del lado del público; muy sucia en el piso detrás de los mostradores; el cristal a la calle, totalmente cubierto de marcas de pega de anuncios anteriormente pegados pero ya desaparecidos. ¿Por qué? ¿Cuesta tanto agarrar una escoba y un trapo mojado?
Lo que nos hace acordar de que los basurales ya mencionados, y que habían desaparecido misericordiosamente durante un par de días, siguen siendo, muchas veces, parte obligada del ambiente.
Extraña, la contradicción entre este abandono inculto y la hermosura que se ve cada día en los billetes de banco y en las monedas mexicanas; cada moneda, cada billete, es un placer a la vista, una galería de cuadros, una colección numismática, que uno siempre lleva guardadas en el bolsillo, que uno disfruta como obras de arte cada vez que paga algo - muchos de los temas, basados en la herencia azteca y maya.
Con todo ello, llegamos al puerto para encontrarnos con una nueva confusión burocrática.
- Vaya a esta oficina.
- No, aquí no es, tiene que ir primero a la oficina de báscula.
- ¿Dónde es?
- Puede ir caminando por aquí.
- ¿Caminando a la báscula - no necesito el coche?
- No, vaya caminando, y después regrese aquí para los boletos de las personas.
Una hora más tarde, en la famosa oficina de la báscula:
- ¿Tiene su pasaporte?
- No aquí, ¿para qué?
- ¿No quiere boletos para las personas?
- Sí, pero me dijeron que hay que volver allá.
- No, aquí se hace todo, el coche y las personas ...
Por fin, todo arreglado; nos encontramos, con todo el papelerío en el bolsillo, en la fila de coches para pasar por la aduana; porque es aquí, en La >>>>>>>>