hasta los volcanes de Las Tres Vírgenes, la característica principal es el sello desértico; y que, desde Las Tres Vírgenes, el paisaje se ha vuelto más bien excepcional.
Acabamos de detenernos para poder absorber mejor la hermosura de esta combinación de sierras, bahías, islas, mar, olas.
Nos llamó la atención, desde nuestro belvedere, una mancha que aparecía y desaparecía en la superficie del mar; no se podía decir qué era, salvo que parecía ser algún animal. Nuestros prismáticos solucionaron el misterio.
Primero, tuvimos que convencernos de que veíamos realmente lo que creíamos ver, pero pronto no hubo más duda: no era un animal, era toda una bandada de dos o tres docenas de pájaros acuáticos actuando en perfecta armonía, zambulliéndose y reemergiendo alternadamente con una precisión de reloj, quedándose totalmente dentro del agua 28 segundos cada vez, y navegando en la superficie 12 segundos cada vez; un detalle de cada zambullida y de cada reemergencia era que el movimiento global de los pájaros era estrictamente sincronizado, pero no simultáneo, o sea que cada movimiento de sumersión o de emersión era iniciado por los pájaros al frente del grupo y la acción se propagaba como una ola a los demás pájaros, de adelante para atrás, todo ello, en una fracción de segundo.
En muchos lugares del golfo, hay muchos pájaros, porque hay muchos peces, porque hay mucho plancton, porque hay mucho oxígeno en el agua, porque hay mucha oxigenación por las fuertes correntadas. Las mareas son fuertes y peligrosas.
No viajamos gran distancia. Tuvimos otra buena razón para detenernos otra vez; y también estamos parados para la noche.
Tuvimos la suerte de avistar impromptu una cueva en una quebrada cortando el acantilado longitudinal a la ruta. Hubo que trepar la mitad de la altura del acantilado, pero valió la pena.
Vimos la magnífica vista que tenían sus moradores de antaño. Sentimos la seguridad que les daba su ubicación a mitad de altura del acantilado. Vimos un ahuecamiento en una piedra del suelo que era un metate empotrado. Vimos la bóveda toda ennegrecida por el humo de fuegos hace mucho apagados. Y, sobre todo, encontramos substanciales cantidades de conchas marinas antiquísimas; todas, blanqueadas por el tiempo, muchas, rotas, algunas, ya debilitadas por porosidades por su antigüedad; las había al pie del acantilado, en la subida del pie a la cueva, y encontramos algunas, entre las más grandes, directamente dentro de la cueva. En cierto modo, pudimos sentir alrededor de nosotros la manera de vivir de los moradores desconocidos desaparecidos de esta cueva, y probablemente mucho más frecuentemente sosegados que muchos moradores citadinos de hoy.
Con esta visita, se nos hizo bien tarde. Felizmente, a sólo metros de la cueva, encontramos un sitio apropiado para pernoctar. Aquí estamos.