que decir que - si bien sabemos, como acto de fe, que el mapa moderno es el perfecto reflejo de la realidad - el mapa de 1492 es un mejor reflejo de la impresión de la realidad. Claro que las islas que figuran en el noreste del mapa de 1492 no existen, pero ¿no dan una mejor ilustración de los profundos entrelazamientos de mar y tierra tal como existen, que el tecnocrático mapa moderno?
El caso nos hace pensar en aquel pintor - que ahora no sabríamos nombrar - que pintó un caballo en movimiento, galopando creemos que fue, con tanta convincente fuerza del movimiento que la admiración suscitada por el cuadro era universal - hasta que, una vez, lo miró un equinólogo y con desdén dictaminó que el tal caballo era una absurdidad, que ningún caballo jamás podría galopar con las patas así.
Efectivamente, pero el falso movimiento daba una mejor impresión del verdadero movimiento que la que daría una fiel réplica del verdadero movimiento.
Es cierto que geografía no es arte, pero el mapa de 1492 se merece respeto y no ridículo. Quien mira el mapa de 1492 tiene una mejor impresión de Terra Nova que aquel que mira el mapa moderno.
De misma manera, en el mapa de Lescarbot, de 1606, Terra Nova de ninguna manera delinea la realidad pero refleja la esencia de la realidad.
En este mismo mapa, es interesante observar cómo Nova Scotia, como si se hubiese liberado de su pimpollo en el mapa de 1492, empieza a florecer en dirección a su forma como la conocemos hoy.
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El mapa de 1544 de Caboto - Sebastián, hay que especificar, ya que hubo dos Cabotos - tiene su propio interés. ¿De dónde sacó el cartógrafo la desintegración de Terra Nova, y el collar, o hasta el plastrón, de islotes a lo largo de la costa? Un primitivismo que no se entiende en ese año 1544, después del globo de 1492 - o aun sin el globo.
Y así volvemos al misterio de este globo de 1492. Quizás algún día sabremos.