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invierno, contra el barro en verano. A pesar de ser todo un mastodonte, no le era fácil arrastrar barranca arriba las cuatro toneladas de nuestro vehículo; sus propias ruedas resbalaban en el hielo de la ruta.



Momentos de suspenso

Por colmo, cuando el coche ya estaba a dos o tres metros del reborde de la ruta, en una inclinación de quizás 70 grados, hubo una eternidad, quizás 30 segundos, quién sabe, de suprema angustia: el gancho de la cadena que traía el coche empezó a ceder, a doblarse, a abrirse, y fue una dramática carrera entre el coche a punto de alcanzar la ruta, y el gancho a punto de largar el coche a rodar de vuelta para abajo, un peligro de tremendas consecuencias.

Igualmente tremendo alivio fue cuando nuestro vehículo se encontró nuevamente en su ambiente natural, la carretera. Karel conectó las baterías, desconectadas el día anterior, y el motor arrancó lo más bien - a pesar de frío, a pesar de vuelco.

Lamentablemente, no todo lo demás resultó tan idílico. El día anterior, mirando el coche desde la carretera, no había parecido haber sufrido mucho; pero, al verlo, ahora, del otro lado, empezaron a aparecer los destrozos; en el ambiente más natural de la carretera, empezamos a darnos cuenta de que los daños eran más de lo que había parecido a primera vista.

De todos modos, nos pusimos en camino y, con el patrullero de la policía detrás de nosotros, fuimos hacia McPherson, estudiando el coche para detectar cualquier posible desperfecto de suspensión, de frenos, de transmisión, de dirección; por suerte, mecánicamente, el coche estaba perfecto.

La primera necesidad era poder arreglar el interior del vehículo, o sea sacar todo, todito, afuera y empezar a limpiar y reorganizarlo todo, lo que, en la nieve y con crioturas de 20 ó 25 grados bajo cero, hubiese sido una imposibilidad.

El jefe del destacamento de vialidad, por iniciativa propia, y sin que nosotros se lo pidiéramos, nos ofreció un gran galpón que también servía de taller de carpintería, y por lo tanto estaba siempre bien caliente, para que pusiéramos nuestro vehículo adentro y pudiéramos arreglar las cosas con un poco de comodidad. Un poco de comodidad es poco decir; fue, como le dijimos, un paraíso para nosotros.

Y allí nos pasamos un día y medio, trabajando como hormigas; siendo lo peor, no el trabajo físico de limpieza y arreglo, lo que requería solamente paciencia, sino la necesidad de enfrentarse con el estado lastimoso de las cámaras fotográficas, de los lentes, de los grabadores, todos artículos indispensables en esta Expedición, tomándolos uno por uno, descubriendo su estado, por lo menos visualmente; los grabadores, los pudimos probar en seguida, y, regocijo de regocijos, funcionaban; pero en cuanto a las cámaras y >>>>>>>>