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Baptême de l'Amérique 1507, Bautismo de América 1507.

Exactamente lo que nos trajo a Saint-Dié.  ¿Qué más queda?

Veamos. Si bien, en este momento, ni sabemos cómo empezar. Pero algo tiene que haber.

Nuestra última curiosidad, nuestra última investigación.

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*

¿Cuántas semanas, lecturas, conversaciones, más tarde?

Nuestra última anotación.

Sí, algo encontramos. Mucho encontramos. Entre dos tempestades. Una tempestad inicial, en el sentido literal; sólo un inconveniente de lluvias y vientos marcando el geotropio de invierno, cuando, según la mitología común, la gente cree que el invierno recién empieza, mientras que, según los Keltas bien lo concebían, el invierno ya tiene su mitad cumplida y se encamina, con su primer alargamiento de luz solar en el día, hacia el nuevo renacer de la primera era. Pero la tempestad final, en sentido figurado. Una tempestad de asombro memorable para siempre. Si jamás hubiésemos tenido la aprensión de que esta última meta nuestra resultaría ser sólo un insípido, decepcionante, aunque necesario, paso final - lo que, después de lo maravilloso que fue toda la Expedición, fácilmente podría haber sido el caso - el hada de la Expedición se encargó de darle a esta última meta un interés a la altura de toda la empresa, y agregarle, por añadidura, ribetes como nunca podríamos haber imaginado. Nunca.  Y que nunca podremos tragar.

He aquí lo aprendido.

Bien pronto nos enteramos de que, del bautismo de América, en cuanto a lugar, ni siquiera el edificio de la imprenta queda, por razón más bien sorprendente; ni la prensa queda, por razón igualmente sorprendente, si bien de otra índole; ni siquiera queda el propio barrio donde, en algún sitio, hoy desconocido, se encontraba, en 1507, la imprenta, y la prensa, y las demás dependencias de los padrinos que inventaron, sugirieron y utilizaron por primera vez el nombre "América"; quedando solamente, en aura marginal, una iglesia románica del siglo XII, y, a su costado, un claustro que estaba en construcción en las décadas alrededor de 1500; y al costado de éste, milagrosamente, un tilo del siglo XIII, que todavía ofrece su profusión de flores - habiendo sido, pues, esta iglesia, este claustro y este tilo, partes de la vida de esos canónigos-intelectuales.


El tilo, de día y de noche

Y en cuanto a vestigios documentales del acontecimiento mismo, o sea del nacimiento del nombre "América", si quedan - y si se los conoce - es por milagro.