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Oportunidad para observar una actividad aduanal como nunca vimos antes. El paso de chalanas por aduana; el anclaje de chalanas a mitad de río frente a una caseta de aduana en la orilla, y el vaivén de la lancha de aduana entre su apeadero y las chalanas.

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Cruce totalmente innocuo. ¿Por qué la diferencia entre la entrada por Liverpool con todo un ritual de papelerío y advertencias, y esta entrada desde Chequia, sin absolutamente nada más que un vistazo a los pasaportes, cuando la inversa sería más lógica, esta entrada siendo desde un país hasta hace poco sospechoso por comunista y siendo la entrada por Liverpool desde Canadá, un país indudablemente amigo? Pero no nos quejemos. Ahora nos preguntamos qué nos impediría seguir viajando por Visieuropa ad eternam. Ni el más pequeño sello en los pasaportes como evidencia de fecha; y el coche, sin el más mínimo permiso. Y nadie nos puede acusar de haberlo entrado subrepticiamente - no con el tamaño que tiene.

Alemania, para los propósitos de esta Expedición Panamericana, no tiene interés. Pero cuando se materializa una visión duplicando nuestros kilómetros más épicos en América, y se materializa en las preclaras comarcas de Dresden y Leipzig, y uno tiene más de tres horas para observar y sufrirla, es irresistible anotarlo.

En pocas palabras, nuestros primeros 56 kilómetros en Alemania nos llevaron - afirmamos lo increíble - tres horas; una velocidad horaria de 18 kilómetros; y 660 metros, para ser exactos. Luego, abordamos el futuro con optimismo: una autopista. Pero, en pocas palabras: los diez primeros kilómetros en ... cuarenta minutos. En resumen, los primeros 66 kilómetros en Alemania, en tres horas cuarenta minutos, o sea 18 kilómetros por hora de agotador manejar, sin olvidar 20 metros más por hora, para no ser injustos.

¡Recuerdos de nuestras épicas lentitudes en América!

Y en esos 66 kilómetros, dos accidentes; en uno de ellos, con los dos coches terminando espectacularmente en la vereda. Y un poco más tarde, todavía en el primer día, un tercer accidente.

Y los carteles viales son ridículamente insuficientes: en cada uno, información muy compleja escrita muy chico, imposible de descifrar desde lejos y digerir en el correr del tráfico. Y tienen otros defectos; como, a veces, no estar donde se los necesita, y estar cien metros más lejos, donde son inútiles.

Y los conductores alemanes tienen la misma patológica e idiota compulsión, como sus homólogos en ciertos otros países europeos, de pegarse a tres o cuatro metros detrás de otro vehículo aunque sea a 80 ó 90 kilómetros por >>>>>>>>