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Andorra.  Principado de Andorra.  Principat d'Andorra.

No teníamos necesidad de pasar por Andorra para cruzar de Cataluña al Rosellón. Pero no se da todos los días - especialmente a nosotros, con todas las vastedades que recorrimos, no se nos dio - la situación de cruzar un país que se limita a un puñado de valles rasguñados en escarpadas montañas; y cruzarlo en dos horas si así se quisiese - lo que no quisimos; nos quedamos cuatro días, uno de ellos, escribiendo correspondencia.

Y resultó que, por fértil suerte, este frívolo antojo - si se quiere - evocó en nosotros, y para nosotros, más de un recuerdo.

Empezando con el tamaño.  Andorra mide 453 kilómetros cuadrados. Incidentalmente, uno se pregunta si este guarismo se refiere al plano por encima o por debajo de las montañas, de frontera a frontera, o si refleja cada arruga de la topografía, diferencia conceptual que, en un país a cien por cien muy montañoso, puede arrojar una diferencia porcentual palpable de territorio nacional.

De todos modos, no pudimos no evocar el campo de concentración de los paraborígenes Navajos en el suroeste de Vespuccia. Aquel campo de concentración en el desierto mide 64.752 kilómetros cuadrados. Haría falta algo de 142 Andorras, no menos, más bien un poco más, para llenarlo.

╠ Y muy pronto descubrimos que valles de escarpadas montañas tienen un potencial que Andorra hace realidad plenamente. El potencial, por todas las laderas por todas partes, de ser una caja de rebote y de resonancia para todos los ruidos de todas las demás laderas de los valles; potencial hecho penosa realidad en Andorra por maquinarias perforadoras de rocas, maquinarias mezcladoras de hormigón, otros ruidos mecánicos, todo ello ligado por el nervioso zumbido emanando de la carretera; pocas fuentes de ruido, en realidad, pero suficientes para llenar el valle permanentemente - por más alto que uno se aleje, como hicimos nosotros; no hay escapatoria. Aun de noche, cuando cesan los ruidos mecánicos y amaina el tráfico carretero, sonidos como aquel de un torrente o de las campanillas de las vacas, que, en un principio, parecen agrestes, bucólicos, se vuelven, después de horas y horas, noches y noches, algo indeseado.

De manera que no pudimos no evocar los Andes, su infinita soledad, lo que incluye un infinito silencio salvo el soplo del viento - el que, además, no es permanentemente igual a sí mismo. Y aun cuando hay presencia humana en los Andes, se puede sentir soledad y silencio porque trabajo que se hace, se hace a mano; y los rebaños de llamas no llevan campanillas.