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colgando, de cada vano de ventana; o, para ser más optimista, con algunas docenas de sobrevivientes demasiado ocupados con sobrevivir para despejar lo que sea, pero ya lo suficientemente cuerdos para no criar otra vez kilomillones de humanos a recargar otra vez el planeta.

En nuestra circunspecta inspección del matorral (valga la redundancia de la misma palabra con dos prefijos diferentes), un árbol cautivó nuestra atención y, durante un tiempo, se volvió el único árbol en la maraña de árboles del matorral. Un árbol, ya a primera vista, identificable como objeto o foco de devoción, a juzgar por el surtido de sartas de cuentas, medallas y figurillas religiosas. Un árbol, a segunda vista, mechado de monedas en todos los grados de encastramiento en la corteza, desde monedas apenas engarzadas por su costado hasta monedas al 99,9 por ciento desaparecidas en el cuerpo del árbol, monedas que, muchos años ha, habían sido apenas empujadas por su costado en la corteza, pero que el árbol, mejor dicho el crecimiento del árbol, se estaba tragando por envolvimiento.

Más tarde, uno de los dos vecinos de la catedral nos explicó que, así como hay muchas monedas en todos los grados de encastramiento a la vista, hay mucho más monedas ya fuera de vista en las entrañas del árbol; que hace muchísimo que el árbol se considera curativo de verrugas; que hace muchísimo que la gente afligida por el mal se moja un dedo en un líquido en un hueco interno del árbol (hueco que nosotros habíamos interpretado como la morada de una criatura silvestre), se pasa el líquido sobre la verruga o quizás se frota la verruga con el líquido, deja una ofrenda, y a los pocos días, no más verruga.



El árbol con su hueco

Lo malo del caso es, nos explicó el vecino, que, conforme el árbol va creciendo, la hendidura de acceso al hueco y al líquido se va achicando; de manera que, cuando él era niño, se podía introducir toda la mano pero, ahora, se puede introducir sólo el índice, e inevitablemente, algún día, la hendidura se tapará.  ¿Y entonces?

Qué profundas raíces humanas transraciales y transcontinentales, cuando se considera, en paralelo, esta relación con la naturaleza, y la relación con la naturaleza de los paraborígenes americanos.

Este mismo vecino pasó largo rato con nosotros. Se quejó de los estragos, de los destrozos, causados por los vándalos ingleses durante su conquista a sangre y fuego de Eria; mencionó en particular - ya que el foco de este paraje es la catedral y los antecedentes monásticos - cómo los Ingleses protestantes saquearon todo lo católico que pudieron encontrar - destruyendo así definitivamente el monasterio de este sitio; lo que nos hizo pensar en lo que los Españoles y algunos otros Europeos hicieron a las religiones paraborígenes americanas, con la agravante, en el caso de los Ingleses, de que los Europeos en América encontraban creencias y costumbres que les eran extrañas mientras que los Ingleses y los Ireses eran sólo diferentes tintes de un mismo cristianismo.