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Escuchamos en la radio que son extremos climáticos como no los hubo en muchos años.  Tuvieron que tocarnos a nosotros.

Presenciando tales fuerzas naturales, es más fácil aceptar el hecho de que las historias de feroces tempestades barriendo infelices marineros a tierras allende el océano no son necesariamente cómodas ficciones inventadas o aducidas ad hoc sino que son realidades realmente reales y aterradoramente irresistibles.

■■■ II) Ambiente, mirando hacia el mar. Una de las más resquebrajadas costas que jamás vimos. Promontorios con sus propios promontorios. Bahías con sus propias bahías. Un sombrio encaje de acantilados rocosos. Nunca una línea recta. Y, con las condiciones climáticas imperantes, todo realzado por la blancura de infinidad de explosiones espumosas contra la oscuridad de las rocas. En un sitio, vimos no menos de doce olas siguiendo una a la otra hacia la costa al mismo tiempo, en progresivos estados de encrespamiento y quebradura.



El mar

■■■ III) Ambiente, mirando hacia tierra adentro - lo que sería más bien hacia tierra arriba. Laderas áridas, sin embargo hacendosamente recortadas en parcelas por una increíble red de paredes-cercos de piedras al natural encajadas en seco - hasta en las pendientes más empinadas. Una irresistible reminiscencia de ciertas partes de los Andes bolivianos y peruanos; salvo que, allá, hay llamas, aquí, hay ovejas.

Estas paredes-cercos son abrumadoras. Para adquirir respeto por el tremendo trabajo que es recoger estos millones de piedras en las laderas y calzarlas unas con las otras en forma de grueso muro de altura hasta la cintura, basta hacer lo que hicimos nosotros: mover algunas de esas piedras con manos propias, nunca sabiendo por dónde agarrar sus formas desiguales, siempre encontrando un peso mayor que el sugerido por el volumen - y agregar a esta parte bruta la parte refinada de juicio y precisión para calzar las formas de manera robusta. Probablemente quienes desempeñan esta labor (o desempeñaban en generaciones pasadas) no necesitan (o necesitaban) cursos de yoga y/o calistenia.

Nos preguntamos por qué siempre se habla de "trabajo faraónico" significando "pirámide" y nunca de estos kilómetros de miríadas de piedras calzadas en forma de muros.

En una oportunidad, cuando pasamos de una costa a la otra cruzando la espina serrana de la península, verdaderamente nos sentimos transportados a Bolivia o Perú: la subida por camino angosto y sinuoso, la aridez en las laderas, la austera belleza. Claro, no subimos de 4.000 metros a 4.400, rodeados por cerros de 5.000 metros ó 6.000, o más, sino sólo de 0 a 400 metros, con lomas de 800 metros encima de nosotros, pero la similitud era perfecta - salvo la corta distancia - porque en los Andes la altitud de 4.000 metros es tan común como aquí 0 metro, y esos 4.000 metros se vuelven un punto de partida, allá, equivalente a 0 metro, aquí.  Todo es, o mucho es, cuestión de concepto.