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Después de unos 50 kilómetros de sorpresiva incertidumbre por esta huella, por zona árida y desolada de quebradas y mesetas, donde vimos solamente unos antílopes y un solo peón de campo ocupándose de ovejas, llegamos a nuestra meta.

Estamos a orillas del río Pecos; estamos precisamente en el lugar donde, antes que nosotros, estuvo la banda de Coronado, acampada, y construyendo un puente de troncos para pasar sus pertrechos del otro lado. Donde, hoy, hay un puente de cemento, tratamos de imaginarnos la actividad, el bullicio, de aquellos primeros invasores de estas tierras, construyendo su puente para seguir explorando quebrada tras quebrada, meseta tras meseta, con paciencia y testarudez; mejor dicho, para seguir buscando oro. Estamos en Puerto de Luna, que así se llama el lugar.

Ahora, hacia el segundo de los dos lugares históricos asociados con Francisco Vásquez de Coronado.

En un cambio total de ambiente después de nuestros 50 kilómetros de huella de tierra, el único medio que se nos ofrece es una autopista de las más modernas, y ahí vamos.

A unos 100 kilómetros de la ciudad de Albuquerque, a un costado de la cual están las otras huellas de Coronado, hace unos segundos, muy repentinamente, se desveló ante nosotros el magnífico e inesperado panorama de los primeros pliegues de la cordillera de los Montes Rocosos, continuación de la cordillera de los Andes.

De repente, tenemos, así, una barrera de cerros extendiéndose a todo lo largo del horizonte, de la extrema derecha a la extrema izquierda; algunas de las cumbres están cubiertas de nieve. Tenemos algo nuevo para admirar y para ocupar nuestra vista. Es incomprensible que tanta grandeza se haya quedado oculta tan completamente hasta el último momento para, luego, mostrarse en su totalidad en, literalmente, un parpadeo.

Aquí, en la autopista, estamos, naturalmente, incomunicados, sin contacto con la gente y la vida diaria; pero, en el pueblo de Puerto de Luna, antes de ingresar a la autopista, era muy visible que ya estábamos otra vez, después de Québec, en América Latina; otra vez, los cementerios tienen cruces y atenciones de solicitud; y no solamente en América Latina sino, más específicamente, en América Hispana; el peón aquel, en la huella de tierra, con quien hablamos un rato, naturalmente, hablaba castellano; y la bandera de Nuevo México todavía ostenta los colores de la vieja España.



Y así lo dicen los topónimos locales

Incidentalmente, esta bandera de Nuevo México extrae su esencia simbológica de substratos aun más profundos, de los tiempos pre-hispánicos, de los tiempos paraborígenes, incluso, tal vez, aborígenes, con un símbolo solar, sagrado para tantas culturas desde al alba de los tiempos.

Nos estamos acercando a las sierras. El horizonte se está restringiendo, y las cumbres se están elevando, nos están dominando cada vez más.