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Regularmente, las ramas de varios árboles se entreveran de tal manera que forman una sola copa sobre decenas de metros, la demarcación natural del derrotero de los monos; pero, tan regularmente, hay, naturalmente, espacios sin contacto directo de ramas, dejando un abismo, de anchura, desde mínima a impresionante, pero de profundidad al suelo siempre de 30 ó 40 metros.

Del punto de vista del mono viajero, las copas de los árboles, o grupos de árboles, son, en substancia, islas en un mar de aire. El mono viajero tiene que elegir las islas que forman continentes, y cuando le toca saltar de una isla a la siguiente, el estrecho de aire le debe ser franqueable - aunque sea con la ayuda de un trampolín como vimos aquel día.

En este caso, nuestra banda de monos llegó a un tal estrecho de aire; no excesivo para los adultos, que lo pasaron sin darse cuenta, pero lo suficientemente excesivo para los infantes para socavarles cualquier gana de dar el salto mortal. Así, los adultos se instalaron a esperar, en el lado nuevo del abismo, mientras que, del otro lado, los infantes exploraban hacendosamente todas las posibilidades - sin éxito. Los adultos les daban el tiempo de aprender. Finalmente, cuando se hizo obvio que los infantes habían agotado sus recursos pero no perdido su cordura, uno de los adultos construyó un puente: en el lugar más estrecho del abismo (elegido con inteligencia a pesar de no haber sido el mismo sitio donde habían saltado los adultos), se agarró por los pies (o sea sus manos de abajo) de la última punta de su rama que había elegido, se lanzó al aire hasta agarrar con las manos de arriba la última extremidad de una rama del lado de los infantes, y así quedó, puente viviente, mientras los infantes se apuraban por este conducto en reunirse con sus mayores.

Incidentalmente, nos parece inapropiado denominar los monos aulladores "aulladores"; esos monos tienen sin duda voz fortísima, pero no descabellada; más parecen recitando su mantra.

Y las serpientes. Hoy, vimos una, allá en lo alto de uno de los acrozigurates apartados en la selva, deslizándose super-pausadamente por la arista misma de la plataforma del templo; debía de medir, por lo grande que parecía desde tal distancia, por lo menos tres o cuatro metros, y probablemente más; y el grosor era impresionante. Encontrarse con semejante pedazo de bicho en los pocos metros allá arriba, ¿y ahora, qué? Pensándolo un poco, probablemente, nada, pero mejor no provocar.


Así de abajo, vimos la serpiente deslizándose sobre el Templo III

¿Anotamos alguna vez que tenemos los dos ductos de aire de ventilación del vehículo cortados por fino tejido de alambre como seguridad, especialmente nocturna, contra visitas por serpientes?

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