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Esta mañana, a La Venta.

Estamos acumulando una increíble evidencia de cuán cuerdo fue, anoche, no viajar en la oscuridad: rompemuelle tras baches, baches tras rompemuelle; incluso, un caño metálico, probablemente una conexión entre las varias grandes instalaciones de la industria petrolera, atravesado por el camino, como si camino no fuera.  Acceso de extraña afinidad con un sitio arqueológico.

Ya está.  La Venta.

Ya está.  Visitado.

La primera cosa a la vista, incluso desde una distancia, es un mogote artificial de tierra, de unos treinta metros de altura, profundamente lacerado por erosión, bastante empinado y bastante puntiagudo, ciertamente no una plataforma de las angulares habituales, ni un túmulo ni montículo de los letárgicos habituales. Lo más cercano a una pirámide de verdad, si no fuese por las extrañas estrias hacia la cumbre. Alguien bastante hambriento como para tener alucinaciones podría ver en el mogote un budín de gelatina.

En su cúspide, se vislumbra perfiles, probablemente de estelas o zócalos colocados ahí arriba.

Más tarde, desde su cúspide, a su vez, vimos, en el espesor de la vegetación alrededor de su base, innumerables ruinas; unas 280 ruinas, según nos enteramos posteriormente, indicando que, alguna vez, vivieron en el sitio unas 5.000 personas.

Lamentablemente, basta de insinuar falsas impresiones.

Las estructuras en la cúspide del mogote resultan ser unos bloques de hormigón muy prosaicos, muy contemporáneos, muy industriales.
Las 280 ruinas entre la tupida vegetación no son ruinas arqueológicas sino restos de las viviendas de las 5.000 personas que habían logrado vivir en este sitio hasta hace poquito; habiendo sido estos pobladores desalojados, y siendo los restos de viviendas en proceso de eliminación para retornar el sitio a su naturaleza original, la arqueológica.

En cuanto a ruinas arqueológicas, a más del mogote tipo budín, nada a la vista salvo unas columnas naturales de basalto. Como se nos había informado y prevenido, todo lo excavado y valioso fue pelado y llevado a Villahermosa, y todo lo demás, todavía in situ, sigue inhumado debajo de centurias de tierra y, por lo tanto, como si no existiese, todo, a salvo de la industria petrolera.


Las columnas de basalto en La Venta