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la pieza central, in-movible por su tamaño y fragilidad, Mictlantehutli, el dios de la Muerte entre los Totonacas - se nos dice; una figura tan notable como las demás, y lúgubremente extraña.


Sí, lúgubremente extraña

Es una mezcla antropomorfa, de esqueleto y de cuerpo encarnado, tamaño natural.

De esqueleto, tiene, la cara (mientras la cabeza no se ve, por un tremendo tocado - repleto de simbolismos, naturalmente), la columna vertebral, las costillas, los brazos.
De cuerpo encarnado, tiene las manos, las piernas.
Y lo más extraño entre lo extraño es la lengua de carne saliendo de la cara de esqueleto.

Está sentado en un tipo de trono de barro, resguardado y realzado en tres costados por un cerco de barro totalmente decorado, por dentro y por fuera, de pinturas, hoy en día, muy descoloridas.

En su estado original, todo - no sólo el resguardo, también el dios de la Muerte, todas las demás figuras - estaba debidamente engalanado de colores. Debió de ser un panteón hipogeo fantástico.

Muy lamentable es que tantas piezas se haya sacado de su contexto mutuo. Nosotros, en el museo de Xalapa, habíamos admirado cada pieza por separado; pero no nos habíamos dado cuenta de su correlación funcional, que es tan interesante como cada pieza individual. No por nada será que, como nos platicó un arqueólogo en Veracruz, se está estudiando la posibilidad de devolver del museo de Xalapa a este sitio original la mayor parte de las figuras grandes.

Otra cosa de sumo interés aquí, en El Zapotal, tanto si no más que el propio Mictlantehutli, es ver, justamente en su contexto original de entierros, las famosas caras rientes, hasta desafiantes, que admiramos en el museo de Xalapa; en el museo, desencadenaban risa, y buen humor por analogía; aquí, su risa radiante reverberando en su contexto de tibias, húmeros y calaveras, promueve una extraña profundidad filosófica, una admiración por ese desafío a la muerte, cara a cara, por la sola fuerza de la risa.

Incidentalmente, en estas caras rientes también, vimos restos de colores.

PS.1 ¿Cómo se enteraron los arqueólogos de estos tesoros? Pues, como tantas veces, siguiéndoles la pista a los huaqueros. Los ladrones ya habían descubierto el tesoro, ya habían excavado algunas de las piezas, y ya las tenían en el puerto de Veracruz a punto de ser despachadas a algunos honrados coleccionistas extranjeros de arqueología robada, cuando alcanzó a intervenir la autoridad.

PS.2 Para pedir direcciones hacia el sitio, es inútil preguntar por la estatua o la ruina; nadie sabe; pero si se pregunta por el muñeco, cualquiera sabe al instante.