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Reacción más violenta nuestra. De aquí, sin el registro y el documento, no >>nos movemos. Y nada tenemos que platicar. Si quiere "platicar", vayamos a su >>comandante.
Interviene la mujer, dirigiéndose a nosotros a media voz, como aparente >>componedora del lado nuestro: sí, lo va a arreglar ella; toma los documentos >>de la mano del oficial y sugiere que vayamos los tres (y los documentos) un >>poco más lejos a "platicar". Ya que los documentos también vienen, vamos. Le >>recalcamos que si aquel oficial insiste en lo suyo, vamos a ir a su  >comandante, y haremos la denuncia por dónde corresponde. Y ya que, por lo >>que>hacemos, tenemos fácil acceso a los medios de información, también así >>llevaremos a conocimiento público el caso.
Ella nos apacigua, que sí, que tenemos razón; nos devuelve los documentos, > se baja del vehículo, pero dilata en cerrar la puerta justo lo suficiente >>para preguntar-insinuar ¿alguna propinita para mí?
Ante la mirada con la cual la fulminamos, no insiste.

A seguir cruzando hacia la otra ex-ribera del ex-lago.

Y ahora, desde esta ex-ribera, siempre siguiendo las pisadas de Cortés, nos embocamos por el largo ex-promontorio, unos 8 kilómetros, casi cortando esta parte del ex-lago en dos, hacia su punta, donde está Ixtapalapa (Iztapalapa), lugar desde donde salía una calzada trans-lago hacia la isla de Tenochtitlán.

Siguen grandes nubarrones de polvo, peor que en un desierto; en un desierto, la arena no se levanta en volúmenes tan envolventes, no se queda en el aire con tanta facilidad. Deprimente. Por lo menos, sabemos que no era así este acceso a la gran metrópoli en aquellos tiempos de Motecuhzoma II y de Cortés.



Ahora impera el polvo

Falta menos para el sitio fatídico, pero no sabemos cuánto.

Ahora, todavía por la larguísima calzada ex-trans-lago de Ixtapalapa - una de las varias calzadas que unían la isla-capital Tenochtitlán a tierra firme, en varias direcciones.

Debe de faltar menos, pero no sabemos exactamente cuánto.

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¡Aquí! En la esquina - en lo que, hoy, es la esquina de las avenidas del Salvador y Pino Suárez. Así que aquí fue que se encontraron Motecuhzoma y Cortés. Bastante ordinario, el ambiente, hasta deprimente por su falta de solemnización como sitio del primer y mayor y más simbólico encuentro entre dos poderes respectivamente europeo y americano, dando el ejemplo, con años de anticipación, al único otro gran encuentro entre dos poderes respectivamente europeo y americano que le seguiría, el encuentro entre el bandolero Pizarro y el inca Atahualpa en Caxamarca/Cajamarca.

En términos de monumento, hay no más que una iglesia colonial, y más bien ordinaria. Pero alberga los huesos del bandido. No es que Hernán Cortés haya muerto aquí; murió en España, pero pidió que sus restos fueran retornados al lugar de sus fechorías.