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utilizados en su fabricación, el panel suelta emanaciones, peligrosas para las vías respiratorias y agravantes de condiciones respiratorias pre-existentes. ¡Increíble! ¡Con la bendición de los códigos de edificación! ¡Increíble! ¡Impreso al dorso, o sea en la parte que, eventualmente, queda dentro de la pared, o sea de manera que aquellos que viven o trabajan en dichas trampas de gases, y que son los más interesados porque los más perjudicados, nunca pueden enterarse del peligro de enfermedad respiratoria que los acecha.

Luego, pasamos a hacer con los recortes de panales lo que había sido nuestro propósito al recogerlos: agregarlos al fuego. Ay ¡qué vimos! ¡Cada recorte, una antorcha al instante! Una fascinación para la vista. Una pasmada incredulidad para la mente, imaginándose esos recortes, multiplicados como grandes empanelados dentro de un recinto cerrado, conflagrándose en llamas, atrapando gente presa de pánico o estupor ante la velocidad del infierno.


      
                             El relleno y el armazón

Así que esto es el llameante toque final de todos esos seductores, atractivos, pulcros, edificios vespuccianos. ¡Increíble! O, mejor dicho, muy creíble para nosotros, ahora, que haya tantos incendios y tantos muertos por incendio en Vespuccia. Hace poco, escuchamos por radio de diez niños muertos en un incendio.  ¿Por qué extrañarse?

En otros tiempos, antes de emprender esta Expedición, nos parecían inexplicables las noticias en los periódicos vespuccianos de tantos muertos por incendio; ahora, nos parecen muy explicables.

Claro, agregando desatino a desatino, la ley, en ciertos lugares - no sabemos si en todos - encontró la solución; ¿mandando edificaciones de ladrillos y hormigón u otros materiales no inflamables?; no; mandando la colocación en cada habitación, cada pasillo, de un detector de humo, exponiendo así la gente a otro peligro, más invisible, más pernicioso, el peligro de las radiaciones carcinógenas del material radioactivo que es la base de detección de los detectores. Pero lo esencial es que la gente no se muera toda junta, aquí, ahora, por el fuego, lo que sería una catástrofe; que se vaya muriendo luego, y por separado, lo que será sólo una estadística.

Las marginales chozas de ramas, juncos y barro, las habituales viviendas de hormigón y ladrillos, nuestra propia casa de ladrillos asentados en barro y con paredes divisorias internas de treinta centímetros de ancho, ciertamente no padecen de este subdesarrollo letal disfrazado de lujo.

Y todo ello, por habernos interesado en el mantenimiento, día y noche, de un fuego de leña.

Descubrimos que el mecánico que armó el disco de embrague y demás, olvidó apretar cuatro tuercas cruciales en el acople de la tracción delantera con la caja de transferencia: otro irónico "Eso, en Vespuccia, no podría pasar".