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kilómetros desde aguas mucho más arriba, y estando él, sin embargo, aun aquí mismo, sin saberlo, a todavía unos 1.350 kilómetros de la desembocadura. 1.350 ilusiones más a ser abandonadas.  Debió de ser algo ciclópeo.

Y, se nos ocurre, debe de ser bien aburrido navegar por el Amazonas. Es tan ancho el río que, desde un barco que navega, para comodidad y seguridad, no muy cerca de la ribera, se ve sólo una masa confusa en la distancia, salvo durante alguna escala. Bajar o subir el Amazonas suena como una aventura maravillosa, pero ahora nosotros miramos la cosa con una óptica mucho más prosaica.

MN  Y ahora, hacia Manaos, a quizás 15/20 kilómetros aguas arriba por la orilla del río Negro. Porque, sí, así como el conocido binomio Belém-Amazonas está reñido con la realidad, según vimos, el legendario binomio Manaos-Amazonas, símbolo de cierta mística amazónica, es otra tal inexactitud, y quizás una falacia, según vemos. Manaos no está sobre el Amazonas. Ahora entendemos por qué el nombre original del sitio era Barra do Rio Negro.

En Manaos, primero, lo fundamental, la visa para Venezuela.

Vale decir, después de la visita al consulado, primero, la bestialidad. Una persona con pasaporte argentino tiene que volver a Buenos Aires aunque sea de la Luna para obtener visa venezolana. ¡Vaya hermandad continental! ¡Vaya hermandad de hermanos de una misma madre patria! ¿Qué debemos considerar Venezuela, los Venezolanos y sus leyes? ¿Idiotas o enemigos? Que no se deje entrar a cualquiera, es lógico; pero el que se merece entrar tendría que recibir la visa en cualquier parte. Además, ¿qué pensar de los varios cónsules venezolanos que nos aseguraron que, en Manaos, se nos daría la visa sin dificultades en base a la visa vencida? ¿Que son unos idiotas que cobran un sueldo que no se merecen - a costillas de los contribuyentes de su país - y que son muy malos ejemplos del país que representan?

MN  Justo a pasos del consulado está el glorificado Teatro Amazonas. A pesar del enojo venezolano, más mental, por la estupidez, que otra cosa - aunque la otra cosa, o sea el obligado, ineludible, vuelo a Buenos Aires, es bastante substancial en dinero, tiempo y trastorno - visitamos el teatro.



El teatro

Un pedazo de Europa, de la vieja, de la muy vieja Europa, cuando todavía había menos millones de gente en este mundo, asfixiándolo y asfixiándose.

Un teatro donde, desde la última fila de butacas, se puede contar las arrugas de las actrices. Un teatro para poca gente. Un teatro donde cada butaca es un sillón. Por sus respaldos, los sillones, a primera vista, parecen borrachos, pero, a segunda vista, se ve que las hileras se encuentran en leve corrimiento lateral una en relación con la anterior para mantener despejada la vista de todos los espectadores.