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que mayor no es mejor. Por una cosa, ellos resbalan diez veces por cada vez que resbalamos nosotros.

Y el agua en la selva. Tanta agua como selva. Agua de todos los colores: negra, gris, amarillenta, ocre, roja, marrón oliva. Lo curioso es que, cuando el agua no está paralizada, casi siempre está llena de espuma.



El agua siempre presente

Por lo menos, en la selva del Darién, tuvimos una división, definición, individualización, más terminante de los elementos. Agua era agua donde se podía navegar en piragua, aunque haya sido, a veces, empujándola de a pie; y tierra era tierra, aun cuando barrosa.

Son las 15 horas y parece el anochecer. Qué tensión, qué cansancio. Y pensar que es sólo la antesala a los 80 kilómetros que ni sabemos, si podremos vencer o si nos harán retornar a Porto Velho por este mismo purgatorio.

En ciertos lugares, la densidad de la selva aprieta contra la carretera, tratando de invadirla por dónde pueda; incluyendo desde arriba, echando ramas en bóveda por encima del corredor de la carretera, y desde ahí largando lianas hacia abajo. Aquí, sí, es selva de verdad, impenetrable. De todos modos, un machete no serviría porque no se podría caminar muy lejos sin encontrar alguna agua, muerta o no.

Apareció el posto. Siete horas y media de manejar sin interrupción, ¡y qué manejar! ¡130 kilómetros! Si los cambios de caja de velocidad por kilómetro recorrido en el Pantanal nos parecieron muchos, hoy, fueron miles los cambios de velocidad, de baja a primera, de primera a segunda, y vuelta.

Llamar este posto un posto es sólo una costumbre. Nada de la multitud de servicios de los postos habituales. Aquí, sólo tres surtidores de combustibles a la intemperie - cargar combustible bajo un diluvio debe de ser un placer - y, a un costado, una choza rústica con techo de palmas.

Incidentalmente, y a posteriori, aquellos postos bien instalados, tendríamos que haberlos llamado no caravanserrallos sino camiónserrallos ya que son camiones y no caravanas que se encierran adentro. El recurrente problema de ir adaptando el idioma a nuevas realidades, un tema para otro día.

Por aquí, no habría peligro en dormir en la soledad al costado del camino; estamos lo suficientemente alejados de la civilización; pero es que, físicamente, la ruta no tiene costado; mala como está, es como una interminable isla, fuera de la cual todo es sólo barro, como pasta de jabón, y agua, a veces con, a veces sin, vegetación, de manera que forzosamente hay que llegar hasta la plataforma de un posto.

A dormir, y acumular determinación para lo que nos espera.