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Viajando de Humaitá a Manaos. La ruta se ajusta a las informaciones recibidas: se está volviendo de mal en peor. De entrada, nos dimos cuenta de que, en vez de los 90 kilómetros por hora de ayer, sólo 60 era posible. Luego, la velocidad aceptable bajó a 40. Y ahora, tenemos que aceptar la inevitabilidad de una lentitud entre 20 y 30 kilómetros, con mucho esfuerzo para escoger cómo mejor evitar los pozos.

Para hacer el ambiente más lúgubre y el esfuerzo peor, hace un rato, sonó el toque de alarma de un trueno, y alguien allá arriba abrió las compuertas de un diluvio. Con tres consecuencias muy nefastas. Una, que tuvimos que cerrar las ventanillas del coche, sofocando adentro. Dos, que los pozos se llenaron de agua, de manera que no se puede juzgar más sus profundidades. Y tres, que el limpiaparabrisas, aun en su velocidad alta, no logra dar una visibilidad aceptable.

El tráfico es muy escaso. Se cruza tres o cuatro camiones seguidos, y luego se tiene la carretera para sí solo durante mucho tiempo; ello se debe a las varias balsas que acumulan el tráfico y luego lo largan en grupo. Además, los camioneros gustan de quedar en convoy por cualquier emergencia. Estos camiones, ahora, son vecinos más aceptables, con sólo 6 u 8 ruedas en vez de 18 ó 22; ello se debe al límite de peso impuesto en el tráfico de esta ruta. Y coches, una raridad; quizás uno por cada docena o dos de camiones.

Cesó el diluvio pero nos hizo acordar de que estamos viajando por aquí en los últimos momentos factibles. Se está imponiendo la época de lluvias. Dentro de un mes, o menos, el camino será intransitable.

Al norte de Manaos, felizmente, si nuestras informaciones son correctas - y eso nunca lo sabemos hasta haber comprobado las cosas nosotros mismos - la época de lluvia llega uno o dos meses más tarde.

En cuanto al entorno, las cosas, sin duda, han cambiado bastante hacia más siniestras. El bosque se ha vuelto más selvático; la selva se ha vuelto más desafiante; hay todavía, naturalmente, tentativas de desmontarla, pero parecen tentativas tan fútiles como mover una montaña. No más fazendas llenas de novedad y entusiasmo. Todo, pequeños sitios individuales con chocitas de palmas; algunas, de palmas en lo más elemental, otras, de palmas trenzadas.



Choza a 125 kilómetros al norte de Humaitá

Es muy curioso, quizás habría que decir conmovedor, observar el contraste entre estas casuchas obviamente, por la limpieza y nitidez de sus palmas, recién levantadas, con esperanzas, y ciertos predios de mayor extensión que, hoy, ya ni se llega a ver, porque ya revertidos a selva, pero anteriormente, no sólo desmontados sino también alambrados, como se puede ver debajo de la nueva vegetación ahogando los alambrados de esperanzas truncadas, como si fueran restos arqueológicos.