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como caboclos; usurpadores no por codicia en gran escala sino por desesperación, también desalojados por las grandes empresas con la misma violencia utilizada contra los paraborígenes.

Con el día casi terminado, fuimos a un supermercado, buscando el más grande de la ciudad, donde, como siempre en el Brasil, Božka tuvo que luchar con la escasez de alimentos nutritivos. Por lo menos, en este mercado, hubo huevos sin corrida y sin batalla, como ocurrió en un mercado anterior.

La falta de alimentos todavía se entiende porque se debe a la vigencia de un congelamiento de precios que, en la práctica, obligaría a vender debajo del costo.

Lo que no se entiende es la falta de una buena y homogénea calidad de citros. Comer citros en el Brasil no es una proposición gastronómica sino una proposición de sobrevivencia, como un náufrago en su isla desierta, primero luchando con cáscaras tan finas y apergaminadas que se las puede arrancar sólo de a centímetro cuadrado, y luego escupiendo semillas de a una docena o dos, por fruta; todo ello, para tropezar con sorpresas en cadena de un sabor que es perfectamente imprevisible y que cambia desagradablemente de fruta en fruta. En cuanto a jugos puros de fruta, ya perdimos definitivamente la esperanza.

Vamos a pernoctar muy románticamente debajo de un mango, pero no tan románticamente porque es un mango en el medio de la playa de estacionamiento del mercado.

Por otra parte, también aprendimos que, en la zona aquella al norte de Cuiabá - que ya mencionamos como anteriormente famosa por su rica fauna - ya la selva, fauna y fama fueron desmontadas, y la única fauna existente es cebúes y más cebúes.


Como éstos

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Esta mañana, será hacia el famoso Pantanal matogrossense, del cual escuchamos mil y una maravillas. Después de la fama desinflada del Mato Grosso, tendremos que primero ver el famoso Pantanal para creer lo que escuchamos.

Estamos en la zona del Pantanal, porque ya hace largo rato que pasamos por un puesto de fiscalización con un solemne cartel anunciando "Aquí empieza el Pantanal"; pero, evidentemente, no llegamos al Pantanal que nos imaginábamos, ya que nada se ve sino interminables alambrados, pastajes naturales salpicados de bañados, y fazendas.

Con un calor de 40 grados a la sombra (nuestra máxima hasta ahora) y una velocidad de no más de 30 kilómetros por hora, impuesta por el camino, decidimos pasar las horas de mayor calor a la sombra muy generosa de un >>>>>>>>