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Los kilómetros de esta mañana se están rebelando contra los kilómetros de anoche. Estamos viendo amplias pruebas de que, en la confrontación entre la selva de antaño y las pasturas de mañana, no todo es siempre unidireccional, no todo, hoy, se ha vuelto limpito campito de pastoreo; repetidas veces, hemos visto extensiones que no lograron deshacerse de los esqueletos desecados de la antigua selva; hemos visto secciones donde todavía quedan pedazos de la selva; y - más llamativamente que lo anterior - hemos visto extensiones previamente ya desmontadas y todavía con los troncos desecados erguidos como testigos, cubiertas nuevamente por una vigorosa y tupida nueva generación de vegetación retomando posesión del terreno.

Ya cruzamos el villorrio de los garimpeiros, evidentemente lo suficientemente exótico como para no querer dormir allí, pero ciertamente no tan siniestro como el campamento de los palas-largas de Muzo.

Estamos viajando de levante a poniente a lo largo del paralelo 1 sur, raspándolo quizás un poquito por debajo. Pero, esta vez, no alcanzaremos todavía el ecuador; primero, nos toca bajar otra vez hasta el paralelo 18 sur, y será recién luego la gran incógnita de la carretera a Manaus, y el último cruce del ecuador durante esta Expedición.

Estamos en el pueblo de Castanhal. Aquí, nos vamos a demorar varias horas para no llegar a Belém hoy de tarde, sino mañana tempranito; con nuestros habituales trabajos varios, naturalmente. Por lo menos, hay manchas de sombras, mientras que, a lo largo de la ruta, sombras contra el Sol abrasador no hay. Es de extrañarse por qué, en una región donde hay tanto sol, tanta necesidad de sombra, y tantos árboles, no tienen a lo largo de la ruta aquellos pequeños bosquecillos que eran tan acogedores a lo largo de las carreteras argentinas.

Las mujeres se adornan el cabello con florcitas. Hay que ser muy atrasada para ser tan romántica, con medio tan simple, natural y barato. Con lo susodicho queda demostrada otra vez la necesidad, en el arsenal de puntuación, de un punto de ironía.

Estábamos viajando un poco más, en procura de un lugar para pernoctar más cercano de Belém, cuando el amperímetro empezó a marcar permanentemente una fuerte descarga. Desconectamos la heladera. Seguía la descarga. Con o sin aceleración del motor, seguía la descarga. Probablemente un cortocircuito en la batería que, desde nueva en Santiago de Chile, hervía, y hierve, sin que nadie jamás pudiese encontrarle una razón, ya que la otra batería conectada al mismo alternador se porta bien. No tendría que ser el alternador, porque lo pusimos nuevo, en Buenos Aires.  Por lo menos, en feliz coincidencia, apareció un posto.

Aquí estamos, pues, sin saber qué ocurrirá mañana. ¿Y si no hay electricidad para arrancar el motor mañana?  Claro, hay la otra batería.



En el posto