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Hasta ahora, ninguna de estas aberraciones encontramos funcionando, pero cuando funciona debe de ser espantoso.

Conseguimos datos en cuanto a la piedra Ingá. Pero se hizo tarde. Recién mañana viajaremos.

Durante nuestras vueltas por la ciudad, hicimos las siguientes observaciones.

JP Quizás para compensar los frecuentes desperfectos en el pavimento de las calles, los semáforos son a todo lujo: cada uno de los tres colores tiene una batería de tres focos; sería mejor un foco menos cada vez, y cada vez un pozo menos en el pavimento.

JP Vimos otros casos de edificios recientes adornados de un techo con sus esquinas curvas hacia arriba, a la pagoda.

JP En un barrio residencial donde nos habíamos estacionado - y no para descansar sino para engrasar el vehículo - vimos unos muy estéticos cántaros, aparentemente de hierro fundido, adornando la entrada de cada residencia. En algunos casos, incomprensiblemente, se utilizaba dichos lindos cántaros como tacho de basura.

Ah, pero, luego caímos en la cuenta. Nos avivamos que dichos hermosos cántaros de hierro ornamental - y seguimos diciendo que son elegantes y ornamentales - son, en realidad, por una parte, receptáculos moldeados con un pedazo de ... cubierta usada de automotor, pedazo mantenido en la forma deseada por unos rústicos nudos de alambre, y por otra parte, efectivamente, solamente tachos de basura, comunes en toda la ciudad. Pero seguimos diciendo que son muy elegantes.


El tacho

Eso nos hace acordar de que, en Asunción del Paraguay, vimos otro uso creativo e innovativo de cubiertas de automotor. Allá, las aprovechan como potes para flores.  ¿Y dónde fue que vimos sandalias con suela de cubierta de automotor?

¿No es mejor así que dejar las cubiertas tiradas como basura y criaderos de mosquitos o quemarlas con el terrible humo que causan?

JP Una costumbre que vimos justamente también en el Paraguay y vemos aquí mismo es la de llevar en equilibrio sobre la cabeza cualquier cosa que, en otras partes, se llevaría en las manos, desde los grandes y pintorescos bultos que encantan a los forasteros hasta muy prosaicas bolsas del mercado, y hasta, simplemente y, se podría decir, algo ridículamente, una bolsita de un kilogramo de arroz o fideos, pasando por la hazaña de llevar un tacho lleno de agua sin salpicar una sola gotita.

JP También, desgraciadamente, tuvimos un infausto encuentro con las bestias decibélicas. Funcionaban, y fue espantoso. Del bombardeo sonoro - música, canciones, palabras - no se entendía nada, pero, por los afiches, se trataba >>>>>>>>