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Emprendimos el viaje de hoy sin mucho apuro porque no queremos llegar a la ciudad de Recife hoy, por ser domingo.

La ruta se metió otra vez temporariamente tierra adentro.

Estamos perdidos en interminables cañaverales. Estos cañaverales, a más de inmensos, ahora se pueden calificar de desesperados porque ahora, cuando la topografía ha vuelto a ponerse bastante serrana, los cañaverales invaden cualquier ladera, cualquier cima, cualquier quebrada, donde se puedan agarrar, y hay sitios inverosímiles que, hasta ahora, se había considerado inaptos para cultivos, pero que ahora fueron, o están siendo, desmontados para extender todavía más los cañaverales.

Ya varias veces, ayer y anteayer, nos habíamos asombrado ante la inmensidad de los cañaverales y la cantidad de azúcar que ello representa; pero ahora, la desesperación misma evidente en los cañaverales prendió una chispa en nuestras cabezas y nos hizo ver la luz. Estas no son cañas de azúcar, son cañas de alcohol. Sí, cañas no destinadas a ingenios de azúcar - como lo podrían ser, claro - sino destinadas a destilerías para producir el alcohol nacional que puede reemplazar la nafta importada.

Detuvimos la marcha; por cautela.

Resulta que, hace un rato ya, habíamos empezado a ver una humareda en la línea del horizonte. Nada para conmoverse; ocurre de vez en cuando. Pero pronto la humareda empezó a ocuparnos más de lo habitual, porque era fuera de lo habitual: muy voluminosa, alcanzando gran altura. A continuación, adquirió más importancia, porque la ruta parecía encaminarse hacia ella. A continuación, dejó de ocuparnos para directamente preocuparnos, porque, sin duda, la ruta iba directamente hacia ella, y ya se podía ver claramente la base del humo negro violento, si bien todavía no se veía las llamas. A continuación, la ruta empezó a perderse totalmente en los nubarrones negros. Empezamos a ver tremendas llamas por entre el humo. ¿Qué ardía? ¿Qué arde? ¿Un depósito de combustible o de neumáticos?  ¿Quizás algo que podía, que puede, explotar?

A distancia prudente, estamos esperando los acontecimientos.

Se apaciguó el infierno. Ahora sabemos: un incendio de cañaveral. Toda una parcela de cañas, en llamas y humo.

La ruta volvió al mar. Siempre con las palmeras. Cerca de un pueblo chiquitito, de nombre Japaratinga. Nos instalamos un poco fuera del pueblo, entre los cocoteros, a no más de 10 metros del océano. Probablemente nunca más tendremos semejante oportunidad.  Nos vamos a quedar hasta mañana.



Dormitorio en la playa de Japaratinga

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