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compactando en un relámpago de memoria los trece cruces de la frontera argentina anteriores, empezando con aquel arriesgado paso de Huaitiquina.

Entramos otra vez al Brasil, todavía sólo sin trámites, dentro del corredor franco, porque queremos regresar todavía al Paraguay para rellenar la nafta gastada en los últimos días, antes de largarnos definitivamente al interior del Brasil.

Estamos del lado brasileño de las cataratas, una distancia, desde el lado argentino, de quizás un kilómetro a vuelo de pájaro, pero unos 60 kilómetros al correr del asfalto.

Qué sorpresa nos embargó, de este lado de las cataratas.

Sorpresa, lamentablemente, desagradable, deprimente - no las cataratas, que son hermosas por dónde se las mire, pero el ambiente perpetrado por los Brasileños al más puro estilo vespucciano, que ni los Vespuccianos utilizan en sus Parques Nacionales.

Lo que, del lado argentino, es bucólico, agreste, silvestre, amable, agradable, descansador, del lado brasileño, es asfaltado, cementado, geometrizado, irritante.

Donde, del lado argentino, los vehículos se quedan sensatamente a diez minutos de caminata de las primeras cataratas, en una playa de estacionamiento cómoda pero inconspicua por rústica, del lado brasileño, es tráfico va, tráfico viene, incluyendo los mastodontes de turismo, en carriles pintados de amarillo y blanco a lo largo del rio Iguaçu; y los estacionamientos son del tipo angular, pintados de un blanco imperativo.

Cuando, del lado argentino, una vez superado el encuentro con alguno que otro cargamento de turistas, todavía queda lugar y tiempo para una comunión a solas con la naturaleza, del lado brasileño, es un gentío permanente y ubicuo del cual no hay escapatoria, al estilo de los peores centros turísticos.

Y con todo ese despliegue de civilización asesina, el lado brasileño no tiene la sombra de las comodidades del lado argentino. Mientras, del lado argentino, hay una parrilla señorial, un café acogedor, y los baños, aunque fallados según lo anotado, son sólidos, amplios y accesibles día y noche, del lado brasileño todo es puesto de comida rápida, de "lanchonetas" para no quedarse atrás con el agringamiento, y los baños públicos tienen una facha de cueva para guardar herramientas.

La selva urbana obliterando la selva natural. Lo único ventajoso para nosotros es que vamos a poder pernoctar a pasos del abismo de la primera de las en verdad muy escasas cataratas brasileñas.

Lo único mejor del lado brasileño es las tarjetas postales, que tienen toda la calidad y variedad que las argentinas no tienen, y a un precio, increíblemente, ocho veces menor.