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En el camino de regreso, nos dimos el lujo que no nos pudimos dar a la ida, de fijarnos en los kilómetros y el tiempo utilizado. La última trocha que lleva a la roca Tororó tiene 16 kilómetros y nos tardó una hora y media, descontando el tiempo que pasamos observando una serpiente coral deslizándose por la trocha, observándola con debida cautela, se entiende, tomados entre su belleza, buen material para un collar de distinción exótica, y su venenosidad, boleto garantido de ida solamente a un cajón de muertos.



La huella que dejó el bicho

También vimos, en ese bicho, una advertencia saludable y quizás vital porque apareció en un terreno supuestamente inofensivo donde nunca se nos hubiese ocurrido estar en alerta. De ahora en adelante, y durante muchos meses venideros, tendremos mucha más cautela en toda clase de terreno.

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Esta mañana, nos despertamos en el medio de esta pequeña ciudad con una densidad de cantos de gallos como nunca jamás se escucha en el campo más campestre; tupidas docenas, quizás centenares, de gallos. Parece que cada Villarricence, aun cuando perfecto citadino, tiene su gallo casero.

Esta zona de Villarrica tiene otro misterio, todavía más misterioso e inasible que las sombras vikingas.

Aunando con los rumores que tuvimos la oportunidad de anotar, de Sascuaches, en Alta California y Colombia Británica, y de Monos Grandes, en Colombia, Ecuador y Perú, tenemos que anotar aquí, por lo que valga, que, en el distrito de Ybytymi, a unos 70 kilómetros de Villarrica, alrededor de 1950, hubo dos casos, a dos o tres años de intervalo, en dos estancias diferentes, de vacunos muertos sin herida salvo la lengua arrancada; alrededor de un centenar de animales en cada caso.



Allá, en Canadá y en Vespuccia, un escéptico podría fácilmente concebir una mistificación, como broma o como generadora de una marea turística. Pero ¿acá?

Y ahora, hacia nuestra próxima meta, no un escurridizo fantas ma de tiempos idos sino una gran mole de cemento muy palpable de hoy y para siglos venideros, la central hidroelectrógena sin par de Itaipú, sobre el río fronterizo Paraná, entre Paraguay y Brasil.