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Sí, esta mañana, cruzamos el río de los Guerreros del Mar, o río Paraguay si se prefiere, y nos estamos adentrando en el Chaco paraguayo.

Al cruzar el río, dejando la mirada extenderse desde el altísimo puente, aguas arriba y aguas abajo, nos surgió instantáneamente en la memoria la posibilidad, quizás algún día, del tráfico fluvial por esas aguas, entre el estuario de la Plata y el mar Caribe, bajo ciertas condiciones ya detalladas.

Por lo menos, sabemos que estamos en el Chaco paraguayo, o sea en la parte paraguaya de esta gran región geográfica llamada Chaco - tan extensa que hay también la provincia del Chaco en la Argentina, y ni siquiera lindante con este Chaco paraguayo.

Esta toma de consciencia tiene su especial razón de ser porque, hace cincuenta años o más, no hubiésemos sabido a ciencia cierta si hubiésemos estado en el Chaco paraguayo o el Chaco boliviano porque toda esta región era una manzana de discordia reclamada por ambos países hasta que tres años de guerra dieron, en 1935, un punto final al asunto, a favor de Paraguay.

Después de unos pocos kilómetros todavía suburbanos, se impuso la tónica del ambiente; y ahora, a 100 kilómetros de Asunción, sigue, y parece que va a seguir ad infinitum, una llanura sin fin, muy proclive a anegarse y formar bañados, tapizada de un palmar al infinito, bastante ralo pero con palmeras en los centenares de miles y seguramente en los millones - salvo en las extensiones, grandes ya, donde el palmar fue desmontado para dar paso a grandes sabanas, se supone que para pastaje de cebúes.

Sin embargo, hasta ahora, vimos más tropas de cebúes entre las palmeras que en las sabanas abiertas.


Cebúes entre palmeras

Qué contraste abrupto y completo con la campiña del otro lado del río. ¿Cómo puede un simple río tener, a cada uno de sus costados, dos ambientes tan diferentes?

La carretera, de asfalto, no lujosa, como no se podía esperar otra cosa, es, sin embargo, muy buena y con buena señalización, moderna y limpia como no se hubiese esperado; siempre en terraplén, subrayando así, metro por metro, lo anegadizo del terreno.

Lo tradicional y lo moderno por ahora conviven apaciblemente.

Las chozas, ya sean de viviendas o de otro uso, tienen sus paredes, de troncos de palmeras a pique, y su techo, de juncos de los bañados, salvo en algunos casos cuando tienen el techo, de manera muy astuta, de troncos de palmeras cortados longitudinalmente en mediacañas e imbricados como tejas coloniales, pero tejas de varios metros de largo cada una.

Por otra parte, de lugar en lugar, torres de microondas, elevándose en el cielo, proclaman la moderna tecnología del Paraguay.