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- ¿Y eso?
- Sí, señor, desidia de las autoridades. Cuando se pudo haber hecho una infra->>estructura de canalizaciones y obras reguladoras para evitar inundaciones, >>se hicieron sólo a medias; y cuando vino una crisis, las autoridades pudieron >>elegir solamente entre volcar las aguas hacia esta zona o hacia otra zona, >>y como la otra zona es mucho más pudiente que ésta, y, por lo tanto, tiene >>mucho más peso político, eligieron inundarnos a nosotros.  Y como resultado, >>aguas que antes no venían hasta aquí, vienen.  ¡Estamos en la Argentina!

Y en la otra orilla del lago, hacia donde va el viento, se ve cualquier cantidad de muebles y enseres domésticos flotando. Incluso, muchos de los muertos del cementerio están flotando con sus cajones por las aguas.

- Sí, señor.  Porque las autoridades - que sabían lo que iba a ocurrir - nunca >>dieron preaviso a la población.
- Pero, con el cementerio, que parece bastante grande, debajo de las aguas, >>¿no hay un problema de contaminación?
- No, porque, si bien, naturalmente, la salinidad del lago rebajó bastante con >>el aporte de las aguas dulces de inundación, la  salinidad sigue bastante >>elevada y los finados están en salmuera.

La verdad es que pensábamos encontrarnos con una curiosidad; nos encontramos con un drama, tanto más dramático que más que ilus trar la ceguera de la naturaleza, ilustra qué cueva de lombrices es la politiquería - bueno, no quisimos ofender a las lombrices.

En otro orden de cosas, aquí, en Carhué, se dio la doble coincidencia de que conocimos a una persona que nos había visto en Tucumán; y a otra persona, que nos vio en Ushuaia.  Qué casualidades.

Saliendo de Carhué, tuvimos la suerte de encontrarnos un dormitorio perfecto: un bosquecillo de cipreces, esta vez, prácticamente impenetrable salvo un receso de medida para encajar en él el largo y el ancho de nuestro vehículo. Aquí pasaremos la noche, en este ambiente muy agradable; probablemente, como última satisfacción otorgada a dos condenados a varias semanas de todos los castigos de una ciudad grande, a más de los enojos que infaltablemente acompañan cualquier trámite burocrático, de los cuales tendremos muchos, y fundamentales, en Buenos Aires.

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Hoy, entre una tarea y otra, nos quedamos todo el día en nuestro estuche silvestre con vista a campos de girasol y de pastoreo.



El coche en su estuche

Una sorpresa, literalmente inaudita, que se nos presentó esta mañana misma, fue escuchar música clásica, sin vergüenza, en pleno día, en vez de tener que >>>>>>>>