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A veces, destrucción de la nacionalidad del pueblo, a veces, destrucción de la cultura del pueblo. ¿Es ésta la función de una Radio Nacional de un país civilizado?

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Esta mañana, nos levantamos tempranito, echamos a andar tempranito en dirección a la frontera con Chile. Linda temperie, sorprendentemente poco viento. En el día, recorrimos un montón de kilómetros, dimos más vueltas que una veleta, y estamos ahora, a las 17:30 ... de vuelta exactamente en nuestro punto de partida de esta mañana.


En camino, otra manada de ovejas, sin esquilar todavía

Resulta que, esta mañana, a los 10 ó 15 kilómetros de pegar saltos por el camino que, se entiende, era pésimo, y de habernos arrastrado por una huella informal lateral para evitar el infierno del camino, empezamos a escuchar un ruido de los siniestros; quizás, especulamos, una hoja de elástico, y, en este caso, una hoja maestra; un rulemán, queríamos creer que no podía ser; o quizás era un amortiguador ... tantas cosas que le pasan por la cabeza a uno en un par de segundos, sobre todo después de experiencias catastróficas recientes como la de Bariloche.

Resultó ser un amortiguador trasero completamente cortado en una de sus cabezas, probablemente resultado de unos recientes saltos de gran amplitud y frecuencia pareja, que es entre los peores movimientos que pueden ocurrir.

Decidimos volver a Río Grande. Primero, Karel desarmó el amortiguador roto para que no colgara como peso muerto; dimos media vuelta en la huella, y empezamos el regreso, con lenta precaución, porque no se trataba, con el tipo de terreno y con el peso que llevamos, de empezar a romper hojas de muelle por falta de amortiguador.

Ah, pero a los pocos metros de andar, empezó otra vez un ruido siniestro, otro tipo de ruido siniestro. De una velocidad cautelosa, bajamos a una velocidad moribunda, siempre con el trauma de Bariloche como trasfondo. También nos acordamos de la experiencia de El Calafate, con la putativa piedra en la campana de freno, pero este ruido, ahora, venía de adelante - y, adelante, los frenos no tienen campana, ni hay otra parte donde se pueda meter una piedra.

Alternativamente, el ruido desaparecía y volvía; y nosotros, siempre a 10 kilómetros por hora y en suspenso. Una vez, el ruido desapareció y tardó en volver; y tardó en volver, y no volvió más. Quince minutos más tarde, media hora más tarde, ya ningún ruido. Tuvimos que convencernos de que tenía que haber sido otra vez alguna piedra, esta vez metida, no sabemos cómo, entre dos ballestas de un muelle adelante.