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tamaño y de resistencia inordinarios, miles y miles de veces en el día, no era lo mismo que ir guiando hoy una maquinita que corta sola.

En cuanto al indeseable corte por la esquiladora eléctrica a ras de cuero, no se nos va a contar que no se podría equipar las esquiladoras eléctricas con un mecanismo de regulación de altura.

Y ahora, hacia nuestra próxima meta, si tenemos suerte, tal vez unos pingüinos sobre el seno Otway, a la altura del pueblo Kon Aike. Los pingüinos ya tendrían que haber migrado allí para su incubación anual. Si la Antártica viene a nosotros, ¿por qué iríamos a la Antártica?

Llegamos a orillas del seno Otway, lejos, bien lejos, de cualquier poblado. El camino vecinal se volvió huella vecinal; la huella vecinal se volvió huella tenue a través de la estepa; y finalmente tuvimos que caminar veinte minutos por más estepa - y ahí los vimos. Vimos centenares de pingüinos repartidos en varios grupos, pavoneándose en sus trajes de estricta etiqueta a orilla del agua.


La tierra no es su mejor elemento

En seguida notamos que, cuando entran al agua para nadar, seguramente se quitan el chaleco porque, en el agua, no parecen más que algún vulgar pato silvestre, salvo por el pico; y deben de sentir bastante pudor porque, cuando están por salir del baño, parece que se colocan nuevamente su chaleco todavía debajo del agua, ya que, en una nueva metamorfosis, reaparecen en toda la ostentación de su pomposidad.

Nos divertimos viéndolos caminar como se espera que pingüinos caminen. Pero también vimos, como no esperábamos, muchos nidos cavernosos excavados en lugares apropiados de la orilla, y hasta bastante tierra adentro, y alcanzamos a ver, en algunas de estas cuevitas, un pingüino, hasta dos - ¿o serán pingüinas? - guardando su nido, moviendo su cabeza, cómicamente para nosotros, pero seguramente alarmadamente desde sus puntos de vista, para observarnos en rápida alternación con un ojo y el otro - ya que no pueden ver una misma cosa con los dos ojos a la vez - como verificando con el otro ojo lo que el primero les mostró.  Muy interesante.

Pero, el viento, el viento. Hay que haber tratado de fotografiar pingüinos en vientos golpeando entre 40 y 80 kilómetros por hora, según comprobamos luego con nuestro anemómetro - y con el consiguiente peligro de daño a la cámara por la arena y el agua salada levantadas en el aire - para saber qué es fotografiar pingüinos en vientos de 40 a 80 kilómetros por hora.

Y cuando los pingüinos se mojan las patas en el mismo olaje que el fotógrafo trata de evitar, y enfrentan el mismo viento que sacude al fotógrafo, la cosa parece todavía razonablemente equitativa. Pero la situación se vuelve sencillamente ridícula cuando el fotógrafo se afianza infructuosamente contra las sacudidas del viento y trata de proteger su cámara contra sal y arena, >>>>>>>>