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galpón de chapa ondulada que tendría que estar disimulado en algún rincón de atrás, es la primera cosa que se ve, antes siquiera de alcanzar la entrada del paralelepípedo. Se ve que, en otros tiempos, llegaba aquí un tren eléctrico. El tren, obviamente, no llega más, pero las líneas eléctricas aéreas que lo alimentaban, ya destruidas, decaídas, colgando como basura aérea, siguen contribuyendo a la calamidad que es todo el ambiente.



Portillo

Nos parece que, antes de confiar a un arquitecto la construcción de un alojamiento turístico en semejante belleza, habría que analizar sus méritos estéticos y psicológicos tan detenidamente como los profesionales. Como para darnos la razón, y para mostrar lo que se podía haber hecho, hay, hacia un costado, un lindo pabellón octogonal de dos pisos, como diciendo "qué lindo, o por lo menos aceptable, hubiese sido hacer un arco de seis u ocho tales pabellones, manteniendo un poco de elegancia".

Aparte del galpón de chapa ondulada y del paralelepípedo de cemento ciego, hay la cuestión de las telesillas remontando las faldas para evitarles esfuerzos a todos esos deportistas orgullosos de su atletismo.

De repente, aquí, en el medio de tantas maravillas técnicas y tantas sillas colgantes bajando y subiendo las laderas como fantasmas, se nos cristalizó en la mente la razón subconsciente por qué, desde que vimos el primer centro de esquí, sentimos un malestar, algo repelente: es que, ahora nos damos cuenta, el deporte del esquí, por lo menos tal como se practica como diversión de las masas, destruye calamitosamente, por su sola presencia, el ambiente donde se instala.

Se nos ocurre que los esquiadores no son amantes de la naturaleza y del aire puro sino sólo seres obnubilados por su compulsión de deslizarse en sus dos tablas debajo de los pies, y que si tuvieran que hacerlo en un túnel lo harían, sin la menor apreciación de la naturaleza alrededor, porque si la tuvieran, la apreciación, llorarían por los destrozos causados a la hermosura del ambiente por su deporte.

En pocas y tristes palabras, un centro de esquí - ahora nos resulta muy claro - tiene exactamente el mismo aspecto deprimente que un centro industrial, de aquellos centros industriales que peor aspecto tienen, con la agravante de arruinar la naturaleza no en una variedad de sitios sino siempre en los sitios más hermosos y frágiles que la naturaleza tiene.

Seguimos bajando, ahora, abruptamente, por sinuosidades que, tanto en la Argentina como aquí, en Chile, todo el mundo se empecina en denominar, contra toda evidencia, caracoles, y que nosotros seguiremos asemejando a un fideo, una lombriz, una serpiente.

¿Cómo pueden millones de personas no ver que no hay similitud alguna con un caracol, y seguir llamando la cosa un caracol? Otro caso de hablar por estereotipo escuchado y no por inteligencia.