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Para nosotros, no fue una cosa muy diferente de tantas cosas que ya vimos, pero para gente recién arrancada de una ciudad y del asfalto, debe de ser toda una aventura.


Guanacos en Ischigualasto

Mientras estábamos disfrutando de nuestra libertad de movimientos, pasaron varias olas de turistas, cada ola, una caravana de coches con un guía-vigilante. Cada vez, nos agarraron escalofríos al ver la tropilla de turistas arreada por el vigilante sin mucho más tiempo que el de echar un vistazo super-superficial y disparar otra vez a correr. En cierto lugar, donde nosotros nos pasamos tal vez dos horas, si cada ola de turistas se quedó cinco minutos fue demasiado. Quizás, por otra parte, la mayoría de la gente no necesita y no se merece otra cosa, porque no parecía que alguien hubiese deseado quedarse más tiempo, salvo un hombre entre varias docenas de turistas.

Ischigualasto, se dice que es voz quechua con el significado de "Sitio donde se posa la Luna", lo que nos parece muy poco convincente, por una parte, por su giro español o, más generalmente, latino, por otra parte, porque los Quechuas no sabían cómo es la Luna y no se podían establecer semejante analogía. ¿Un neologismo quechua hispanizado, quizás?

Al salir del Valle, y buscando dónde estacionarnos para pernoctar, que es donde estamos ahora, debemos de haber pasado, durante dos segundos, de repente, a otra dimensión de este mundo: ocurrió un fenómeno que ni siquiera el propio Einstein entendería.

Durante estos dos segundos, anduvimos a una velocidad de 12.600 kilómetros por hora, y por si ello no fuera bastante espeluznante, durante los mismos dos segundos, también anduvimos a 14.400 kilómetros por ahora, una concomitancia de velocidades astronómicas en un solo objeto, en el mismo espacio y en el mismo tiempo, que ni siquiera la famosa teoría podría explicar. Pues, nosotros sí podemos explicar.

Pasamos por un cartel que indicaba una distancia de 58 kilómetros a un pueblo y 307 kilómetros a otro pueblo; y contados pasos más lejos, pasamos por otro cartel, indicando una distancia ya reducida a 50 kilómetros para el primer pueblo y a 300 kilómetros al segundo pueblo, o sea que, en dos segundos, el tiempo de llegar de un cartel al otro, recorrimos al mismo tiempo 8 kilómetros y 7 kilómetros, que dan las ineludibles e indiscutibles velocidades susodichas.

Un ejemplo de la inexplicable personalidad de los kilómetros argentinos. Y tomamos una fotografía de ambos carteles en la misma fotografía, para comprobar la veracidad de lo susodicho.

Naturalmente que este caso no llega a las alucinantes proporciones de recorrer una distancia negativa, a saber de encontrarse, después de varios minutos de viaje hacia un objetivo, más lejos del objetivo que al principio del viaje, lo que también ya nos sucedió en la Argentina.