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Sin lugar a duda, hacia las pinturas.

Estamos viajando por una campiña levemente ondulada, de cultivos varios, se ve que labrada en una zona de antigua maleza semi-árida porque, de ésta, todavía quedan manchones.

El camino, sinuoso, no muy ancho, no muy perfecto, pero agradable: un verdadero juguete para manejar sin peligro y sin aburrimiento. Para mejor todavía, hay muy poco tráfico, quizás porque es sábado.

Vimos unos pocos ejemplares del famoso gaucho argentino, con bombachas y gran poncho vistoso.

En los pueblos, hay, a menudo, eucaliptos de tamaño señorial.

El ganado es de los tipos tanto europeo como asiático.

Desviamos de la carretera principal por una ruta, todavía asfaltada, hacia el pueblo de Guachipas - que, por este nombre, se conoce las pinturas.

Pero Guachipas-pueblo es una cosa y Guachipas-cueva es otra cosa. Nos enteramos de que, ahora, hay que seguir por un camino de campo, seco y pedregoso. Habrá que subir y bajar dos cuestas que, parece, asustan a ciertas personas; pero a nosotros es difícil ya asustarnos.  Veremos.

Los campesinos tienen un porte totalmente diferente del porte de los campesinos que vimos en otros países. Deambulan, sentados a sus anchas en un caballo bien nutrido y de lomo confortable; y ellos mismos, evidentemente, están bien comidos. Hasta los flacos lo son más por curtidos por las intemperies que por chupados por el hambre. Y éstos también andan en un caballo que parece un sillón de cuatro patas. ¿Cómo vivirán? No sabemos, pero tienen una pinta bárbara.  Un mundo de señores a caballo.

Nos estamos adentrando en sierras tan apartadas que los pastajes naturales no están alambrados y que las vacas andan a campo abierto. Preguntando, preguntando, y finalmente con la guía de un niño lugareño, ya sin camino y sin huella, con los últimos kilómetros, a campo traviesa, llegamos cerca de las cuevas.

Veamos.

Vimos, y nos quedamos encantados. El viaje, cuesta arriba, cuesta abajo, cuesta arriba, cuesta abajo, y todo lo demás, ciertamente valió la pena.

Las pinturas no cubren una gran superficie, solamente unos metros cuadrados, pero constan de una variedad de figuras, siempre elegantes, aun cuando no siempre entendibles; tricolores - blanco, negro y rojo; de gran interés visual; y sin nada del primitivismo que tantas veces es sinónimo de expresiones paraborígenes.



Algunas de las pinturas de Guachipas