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¡Qué lío! Justamente días atrás cambió la denominación oficial e inveterada de "pesos" a "australes", con un austral por cada mil pesos. Los precios se especifican en australes pero se pagan en pesos; y, por colmo, los billetes en pesos no significan lo que dicen: un billete de 1.000.000 de pesos no es un millón de pesos, sino sólo cien pesos, y, por colmo de colmos, se llama diez centavos de austral; y, por colmo de colmos de colmos, hay también billetes de 100 pesos que son muy realmente cien pesos.

Aparte del lío numérico, nos parece infantil cambiar el nombre de la moneda y quitarle tres ceros para tapar los estragos de la inflación. ¿Por qué no cambiar la economía, y que los ceros se derritan solos?

Salta no es grande, pero llama la atención por su dinamismo, superior a lo que se esperaría por su tamaño. Según informes de Božka, los supermercados están bien provistos; hay negocios de categoría que dan ganas de comprar, en cualquier ramo. Hasta vimos, en vidriera, una de aquellas avionetas de aluminio y tela para dos pasajeros que alcanzan la gran velocidad de 70 kilómetros por hora y suben hasta 3.000 metros. Pensábamos encontrar una ciudad colonial.

Todo cuanto, por otra parte, tiene su lógica interna apenas uno se entera de que la población de Salta pasó, en los dos últimos siglos, de unos 4.400 habitantes a unos 265.000 habitantes.

Mirando el mapa de la Argentina, es posible, así como es posible en Vespuccia, y en cierta medida en Brasil, seguir el desarrollo de la invasión blanca aunque no se sepa historia: por la forma de las provincias, desde humanamente retorcidas y pequeñas al principio, hasta administrativamente rectilíneas y grandes hacia el final. De manera que, si bien, hoy, la entrada frontal a la Argentina es su capital, Buenos Aires, la entrada de los invasores españoles a lo que hoy es Argentina fue por aquí, por el noroeste, que, hoy, parece ser la puerta de atrás.

Naturalmente, nos agarró la prensa pero dijimos que hoy no; en un par de días.

Recién, ya de noche, tuvimos la suerte de encontrar un callejón residencial dominando las luces de la ciudad. Aquí, pasaremos la noche, seguramente en total tranquilidad.


Salta, desde arriba

Nos cuidamos bien de no escuchar el informativo vespertino de Radio Nacional. Sintonizamos la estación más tarde. Fuimos ampliamente recompensados. Primero, dos conciertos para piano - aun cuando incompletos - uno de Liszt y uno de Chopin - si bien nadie lo anunció sino, al final, y aparentemente con dificultad para pronunciar los nombres de los intérpretes y de las orquestas; y luego, una peña folklórica, repetidamente destacada como cultural, que nos brindó el deleite de una variedad de músicas folklóricas, incluyendo música del altiplano, de la Argentina y del Paraguay, tocadas, según entendimos la >>>>>>>>