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del cordón nevado, en toda su verdadera blancura; y ahora se le agregó, en frente de nosotros, un cono, seguramente volcánico, y que debe de ser el Licancábur.

Apareció vegetación, pero esta palabra puede significar cualquier cosa. En este caso, matitas resecas de quince centímetros de alto a razón de una, cada quizás cincuenta metros. Apenas vegetación, y sin embargo, innegablemente vegetación.

A nuestra derecha, se abrió, debajo de nosotros, la inmensidad de la punta norte del salar de Atacama.



El salar de Atacama

El camino serpentea, bajando por un terreno fantásticamente burilado por la erosión; erosión, a veces, de las habituales estratificaciones sedimentarias, a veces, de una insondable masa homogénea de algo que se debe describir, mejor que como barro, como barro batido, o espuma de barro. Parece ser un campo experimental de erosión de la naturaleza.

En este tremendo desierto - otra vez sin siquiera las matitas - fácilmente parece que nunca llueve, pero, por la erosión, alguna vez habrá llovido, y alguna vez lloverá - una lluvia en este terreno de espuma de barro debe de ser de consecuencias cataclísmicas.

Sí, por la manera cómo el cono volcánico quedó a nuestra izquierda, es sin duda el Licancábur, indicándonos, con sus más de 5.900 metros, la frontera entre Chile y Bolivia.

Llegamos al oasis de San Pedro de Atacama, con calles y casas tranquilas y sosegadas, con árboles de verdad, si biem muchos de ellos más sobreviviendo que viviendo; incluso vimos, en el anochecer, tres o cuatro animales de formas raras, luciendo, de manera muy contradictoria, una apariencia mansa y dos cuernos amenazadores. El guardián nos dijo que se llaman vacas y que sirven para dar leche, carne y cuero. No nos acordamos de cuándo vimos vacas la última vez, y tampoco de cuándo probamos leche de verdad la última vez. No fue en esta parte de Chile ni en Bolivia ni en el Perú; y antes, no nos acordamos.

Como era ya por oscurecer, salimos del pueblito para instalarnos en una lomita dominando el oasis, y dándonos una vista de centenares de kilómetros de la Cordillera y del salar. Aquí, pasaremos la noche en la soledad, pero, sin duda, en total seguridad.

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Esta mañana, fuimos al museo.

Teníamos una información de que el párroco tenía un museo particular resultado de una labor arqueológica tesonera de varios decenios; un museo con unos 5.000 >>>>>>>>