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Después de agregar el aceite, en vez de cerrar el capó, en seguida echó a andar el motor; por qué no cerró el capó primero, no sabe. Pero así descubrió que una conexión de una manguera entre el motor y la calefacción perdía. Otro problema, en otra parte, en el mismo sistema de agua caliente con el cual ya tuvimos aquel contratiempo en Toledo y Oruro. Y otra vez perdiendo el valioso líquido con su anticongelante. Karel trató de ajustar la conexión, pero sin resultado aparente.

Y aquí, a un día largo, por caminos solitarios, del oasis medio civilizado de Chuquicamata.

Por otra parte, pronto nos dimos cuenta de por qué el Sol no tenía ganas de levantarse: por nubes plomizas arrastrándose por encima de ciertos cerros, sinónimo inequívoco de mal tiempo y nevadas.

Averiguamos en seguida qué pasa con los salares y las huellas que los cruzan, en caso de precipitaciones. Se nos informó que cuando nieva alto en los picos, en la llanura de Ollagüe y de los salares, casi nunca casi nada cae; pero que si las huellas de los salares llegan a mojarse, se vuelven resbaladizas como jabón.

A pesar de la preocupación mecánica y de la preocupación climática, juntamos información en cuanto a nuestras dos metas aleatorias.

Pronto descubrimos que una de las metas, un supuesto pueblo a 5.250 metros de altitud, y por lo tanto, según ciertas publicaciones, el más alto pueblo de la Tierra, de nombre Aucanquilcha, simplemente no existe. Nadie en Ollagüe conoce tal pueblo.

En cuanto a la segunda meta aleatoria, una mina de azufre en la cima del volcán Aucanquilcha, a algo más de 6.000 metros de altitud, y por lo tanto la mina más alta de la Tierra, aprendimos que sí, existe.

Pero, al mismo tiempo, las nubes, que mientras tanto habían cerrado, tapado, todo el cielo, empezaron a descargar su nevada sobre todos los picos de la zona, inclusive dicho Aucanquilcha, haciéndolo paulatinamente inaccesible para lugareños y forasteros por igual - para los propios obreros de la mina, y para nosotros.


El cerro Aucanquilcha

Ahora mismo, dentro del nido de nuestro vehículo, escuchamos que está garuando. También, en el momento de guardarnos para la noche, se levantó un fortísimo y frígido viento, de manera que, si bien lo hubiésemos podido aguantar - no por nada anduvimos en los fríos del Alto Artico - nos pareció más confortable buscar el resguardo de un edificio.

Božka ofrece su sopa de tomates para calentarnos un poco.

Y todo eso - garúa, viento, frío, nevada - en este desierto, en esta tórrida zona "tropical" ...