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Llegamos a Oruro felizmente sin inconvenientes, y decidimos recurrir a los buenos servicios de nuestro Boliviano hijo de Alemanes y de mejor acento inglés que castellano.

En ese momento, de conocido nuestro, se volvió tío nuestro: puso a nuestra disposición su chofer y uno de sus vehículos; hay que decir que, sin chofer y sin el vehículo, todavía estaríamos, con toda seguridad, sin manguera: aun con la comodidad del vehículo y los conocimientos del chofer, necesitamos cerca de dos horas para recorrer Oruro todito, cuadra por cuadra, y averiguar en quizás veinte negocios si tenían una manguera, cualquier manguera, que se pueda estirar de cualquier manera entre el radiador y el motor; sin la ayuda de nuestro tío orureño, hubiese sido simplemente imposible; finalmente, en el último negocio, literalmente, conseguimos una manguera, no igual a la original, pero una manguera.

Después de encontrarla, colocarla, e ir a agradecer debidamente a nuestro tío, todavía quedaba, nos pareció, tal vez una hora de luz de día; bastante como para llegar, raspando, antes del anochecer, de vuelta a Toledo donde hay mucho más tranquilidad que en Oruro, mejor dicho donde hay tranquilidad perfecta. Pero, evidentemente, o nos equivocamos o el Sol quiso acostarse más rápido hoy, de manera que buena parte del camino tuvimos que hacerla de noche, no las ideales condiciones en estos tipos de camino.

Así que, mañana, será nuevamente, y, esta vez, esperamos, definitivamente, de Toledo hacia la frontera con Chile.

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La noche fue perfectamente silenciosa. Nos dimos cuenta de que ni siquiera escuchamos perros, ni gallos tampoco.

Saliendo de Toledo, nos vino la impresión de que estábamos en uno de los barrios de Chan Chan cuando Chan Chan todavía era un lugar habitado.



Después de Toledo, los baches

Alcanzamos otra vez las formaciones calcáreas fuera de contexto. Y de ahora en adelante, será hacia lo ignoto.

Se terminó la llanura perfectamente plana; ahora, sería más bien una altipeneplanicie.

Otra laguna tan extensa y plácida como poco profunda; en su medio, se perfilan las patas rectas, los cuellos curvos y los reflejos rosados de un par de centenares de flamencos rosados, demasiado tímidos y alejados para nuestro gusto.

Las colinas entre las cuales estamos serpenteando ahora se van poblando de cactos saguaros que, después de tanta desolación absoluta desde La Paz, crean un ambiente casi opulento.