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sólo el trecho urbano, del centro a la salida de la ciudad, y que todo lo demás es de tierra de todo tipo, incluyendo vados y pura roca; y omite decir que, pronto, el camino - que, en realidad, nunca fue carretera - se vuelve una angosta trocha de cornisa, de empinada pendiente, de precaria estrechez, con muchas curvas muy cerradas y piso a menudo muy desigual: un ambiente de salvaje belleza pero ciertamente no para gente de delicados nervios.

Por colmo, eventualmente alcanzamos las nieves eternas cubriendo todo, y la trocha. Hay que imaginarse todo lo anterior, ya bastante escabroso, obliterado por la nieve, con tan sólo, para guiarnos, la huella dejada por la movilidad del personal del observatorio, que ya había subido delante de nosotros, con la considerable diferencia entre su vehículo, pequeño y liviano y más angosto que el nuestro, y el nuestro, más ancho, más grande y sobrecargado. Era como para retener el aliento, con el peligro, a cada centímetro, de resbalar cinco centímetros de un lado o del otro, y encontrarse en una situación imprevisible. Eventualmente, tuvimos que poner la doble transmisión, y eventualmente, tuvimos que cambiar de doble transmisión simple a doble transmisión en baja; y, evidentemente, no había otra alternativa que seguir adelante o encajarse.  Imposible retroceder, ni dando vuelta ni en marcha atrás.

Eventualmente, con sumo cuidado y arrastrándonos como una oruga, llegamos a la entrada del observatorio, con una pequeña explanada para dar media vuelta - exiguamente si fuera sin nieve, y bastante problemáticamente con la nieve. Para sacarnos la preocupación de encima antes de visitar el observatorio, emprendimos en seguida las maniobras. Durante éstas, ocurrió algo que, durante el abismo de varios segundos, pareció una tragedia de grandes proporciones: la fuerza del motor dejó de transmitirse tanto a las ruedas delanteras como a las ruedas traseras, tanto en marcha adelante, como atrás. Algo había ocurrido a la caja de cambios. En este sitio de tan difícil acceso donde seguramente ningún auxilio quisiera venir. Muy felizmente y con grandísimo alivio, el chofer se dio rápidamente cuenta de que no la caja de cambios sino la caja de transferencia a las cuatro ruedas había saltado en neutro por sí sola. Con poner ésta nuevamente en doble transmisión y en baja, volvimos a respirar.

Con el vehículo aproado para emprender la bajada, y sin más preocupaciones, fuimos a visitar el observatorio, a una altitud de 5.230 metros, una nueva maximarca de altitud para nosotros en esta Expedición. Incidentalmente, durante la subida, las dificultades descritas estaban condimentadas y multiplicadas por la dificultad del motor de respirar por falta de oxígeno.



Karel buscando el Mont Blanc ...

•░░• En el observatorio - mal llamado cósmico, correctamente llamado de física cósmica, el único en funcionamiento en el hemisferio sur, y el más alto de la Tierra - pasamos tres horas en el aire enrarecido, en compañía de un profesor muy capaz a pesar de su juventud, tratando de asimilar electrones, nucleones, neutrones, muones, fotones gama, fotones ópticos, y energías inconcebibles, >>>>>>>>