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Ajrlia Huasi, lo mismo. En La Merced, no tuvimos otro remedio que ir por separado. En el Jroricancha, nos arreglamos para que una persona del complejo nos cuidara el coche. En el museo de arqueología, en una callejuela tranquila, poco frecuentada, y con ventanas en el museo desde donde echar un vistazo a cada rato, decidimos ir juntos, dejando el coche en la puerta. Después de muchos vistazos echados por la ventana, cuando salimos, encontramos la cerradura de una puerta falseada, mas no vencida. El atorrante no logró su propósito y, felizmente, la cerradura todavía funciona; en contraste con lo que vimos en Lima cuando el dueño de un coche no pudo abrir la cerradura por haber sido dañada ésta por un ladrón. Pero es para nosotros una advertencia imperativa de que, en el Perú, no se puede confiar en nadie, ni en la propia sombra de uno; y tenemos de recuerdo la cerradura falseada para probar lo susodicho. Nunca más dejaremos el coche solo, sin vigilancia efectiva y positiva. Nos preguntamos si no quedaremos quemados para toda la posteridad, y si nos atreveremos jamás a dejar el coche solo aun en otros países.



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Mientras estábamos grabando lo anterior, en la playa de estacionamiento del aeropuerto, nos percatamos de las buenas intenciones y de la tremenda estupidez de los constructores de la terminal del mismo.

La buena intención fue, ya que la terminal era mayormente para un tráfico de extranjeros en busca de lo incaico, construirla al estilo incaico. Las paredes externas están - bueno, no hechas, pero por lo menos recubiertas, de lajas de piedra de la simplicidad, si no de la elegancia, ni la forma, ni la perfección, incaicas; y las jambas y el dintel de las entradas forman un trapecio en la arista con la faz externa de las paredes, si bien, eventualmente, se vuelven rectangulares donde están las puertas propias.

Lo bruto del caso es que, en vez de hacer todo lo posible para salvar, y tal vez destacar, la intención trapezoidal, esos genios integraron dos negaciones rotundas para arruinarla sin redención: los marcos rectangulares de las puertas, en vez de hacerlos de un material visualmente tan neutro como posible, los hicieron del metal más brilloso que pudieron encontrar; y en el revestimiento de la pared, en vez de cortar las lajas en el límite de las entradas a un ángulo para destacar la forma trapezoidal, las cortaron cuadradas; y, por colmo, enmarcaron la entrada en una línea rectangular roja muy visible.  Puramente increíble.

Para cuando esos genios quieran re-editar su tan buena intención trapezoidal, les sugerimos que nos consulten. Les diremos que no traten de maniobrar el perfil externo trapezoidal, para la intención, en perfil interno rectangular, para calzar la puerta; que hagan el vano trapezoidal de par en par; que, claro, es imposible calzar puertas rectangulares en vanos trapezoidales, que, evidentemente, es imposible concebir puertas trapezoidales moviéndose sobre bisagras verticales; pero, entonces, por qué no cerrar los vanos trapezoidales de par en par con puertas ... corredizas.