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madera, están todas prolijamente pintadas de colores agradables, mientras que estas viviendas, aun cuando, muchas veces, de mampostería, están tan desprovistas del más mínimo esfuerzo de prolijidad.

Sigue la misma odisea de prestar atención dónde se pisa con cada rueda. Estamos muy cerca del mar. Apareció una arena gris ceniza. Aparecieron médanos de dicha arena.


¡Y qué formas estos médanos!

Estamos en un campo petrolífero, con docenas de bombas, desde hace varios kilómetros. Unas bombas, movidas por electricidad; otras, por motores diésel; y muchas, paradas.

Llegamos al villorrio El Alto. Sigue la evidente presencia de la explotación petrolera, con bombas, cañerías, tanques, vehículos y gentes de Petro-Perú.

No estamos muy seguros todavía si en el Perú se puede dormir sin peligro en cualquier parte. Por la duda, hoy, dormiremos a cien metros de este villorrio. En el silencio, en lo que sería el silencio, del atardecer, se destaca cada vez más el contrapunto de muchas voces de varios motores diésel esforzándose por hacer caminar las bombas petroleras. Sería fácil presumir que un motor diésel es un motor diésel, pero no hay dos al alcance del oído que tengan el mismo ritmo de trabajo. Curioso conjunto de poliritmo; más curioso todavía, después de haber visto tantas bombas en Vespuccia moviéndose silenciosamente como fantasmas prehistóricos.

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En el silencio antes del amanecer, sigue la incesante sesión de poliritmos aleatorios. Cada motor diésel tiene su ritmo propio, su timbre distintivo, su preferencia individual para fallar imprevisiblemente tal o cual explosión. En conjunto, y sin chiste, una estructura polirítmica-politímbrica aleatoria bastante interesante.

La topografía ha adquirido más dramatismo con, hoy, una mezcla de cerros friables tallados por la erosión y de llanuras sedimentarias, consecuencia directa de dicha erosión.

La sequía se ha vuelto todavía más implacable.

El camino sigue en el único estado que conoce: el pésimo. Paso a paso, pozo a pozo, nos estamos dirigiendo hacia el pueblo de Piura.

Por aquí, también, y en la misma dirección, se encaminó Pizarro. Qué paradójica incongruencia, que haya tenido que arrastrarse, a pie, por esta interminable inhospitalidad hacia un imperio de oro que, en aquel momento, era todavía, para él, tan sólo una esperanza.  ¿Por qué será que debarcó donde >>>>>>>>