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nos explicó, en las ceremonias de antaño - y con una hamaca hecha de un solo hilo continuo con solamente dos nudos, tal como habíamos visto en el museo Landívar de Cuenca. En ese museo, nos había dicho su organizador que había deseado adquirir otra tal hamaca pero que ya no se conseguía. Y he aquí que, a nosotros, nos apareció una, por sí sola, debajo de la nariz, y hecha no de algún hilo comprado, como será seguramente el caso dentro de unos años, sino todavía de una soguita linda, fina, pareja, trenzada de las fibras de una palmera de la selva - o lo que va quedando de la selva.



Las tres coronas de plumas



Corona de plumas de tucán con cuatro largas de papagayo

Sin gloria, y con tan sólo poca pena, llegamos a unos treinta kilómetros al norte del pueblo de Puyo. Sin gloria, porque el ambiente es solamente una re-edición de lo que vimos al sur de Ciudad Panamá, yendo para Yaviza, con la diferencia de que la topografía está más corrugada; y con algo de pena, por el camino, angosto, sinuoso, subiendo y bajando, con piedras que no permiten levantar la velocidad - por lo que hay que ir cambiando permanentemente de primera a segunda y de segunda a primera.

Pero de ahora en adelante, va a ser muy diferente: no sabemos cómo será la gloria, pero sabemos demasiado bien que será con mucha pena.

Recién nos paramos, y por pura casualidad - porque no había síntoma externo que nos lo indicara - el chófer y celoso cuidador del vehículo descubrió que una de nuestras cubiertas tiene en su faz interna, o sea que se ve solamente debajo del vehículo, parte de su capa de goma despegada de la armazón de telas y refuerzo de acero. ¡Buen lío! Qué sensación de beatitud es saber que las cuatro cubiertas nuevas nos están esperando en Quito. Nuestra primera reacción fue que había que cambiar la rueda mientras esté todavía inflada, porque es más fácil que cuando desinflada. Pero pensamos qué lástima sería ir gastando una rueda de auxilio nueva en estos caminos cubiertófagos. Decidimos correr el riesgo de seguir rodando con el pedazo de goma despegado. De todos modos, no se puede viajar a más de treinta, a lo sumo cuarenta, kilómetros por hora, así que aunque reviente no puede pasar gran cosa. Así que adelante pues, con mucha pena.

Hemos alcanzado sin percance Puerto Napo. Una pequeña aldeíta de nada.

Con alivio más que considerable, notamos que la falla de la cubierta no ha aumentado. Está exactamente como estaba. Quién sabe, quizás la suerte estará con nosotros y lograremos llegar a Quito sin tener que descompaginar una de las ruedas de auxilio.

Mientras estábamos parados en la plazoleta, como no se puede garantizar que no ocurrirá, la gente vino a hablar con nosotros. Así nos enteramos de que, a unos dieciocho kilómetros de aquí, río Napo abajo, hay una aldea, Puerto Misahuallí, que es un centro turístico muy concurrido, punto de salida para excursiones selva adentro. Exactamente, a primera vista, lo que no es para nosotros.