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Bajamos a una altitud de unos 1.550 metros. Sorprendentemente, ya se siente una pesada humedad. Naturalmente, todo, densamente verde. Se está ensanchando el cañón.

El río Pastaza empezó a dibujar frecuentes meandros. Estamos bajando hacia él.

Paramos un rato. Nos adentramos un poco entre la vegetación. El suelo es pura esponja empapada de agua. Vimos algunas mariposas de hermosas combinaciones cromáticas.

Altitud, 1.400 metros. Siguen la humedad y la pesadez a las cuales ya no estamos acostumbrados. Desaparecieron las hortensias, pero vimos algunas orquídeas.

Hay restos de derrumbes, de vez en cuando, obstruyendo el camino, pero sin mayores inconvenientes. Peor sería si se nos viniera uno encima.

El Pastaza se está volviendo más caudaloso pero sigue un rápido torrente. Está creciendo desmesuradamente a cada vuelta del cañón, con muchos tributarios, cada uno, más grande que el Pastaza mismo cuando lo vimos por primera vez, cerca de Baños.

Esta multiplicidad de aguas - docenas de tributarios, centenares de arroyuelos - nos ayudan a imaginar las incontables miríadas de corrientes de agua que, en este mismo momento, se precipitan desde la gigantesca media luna cordillerana formada por Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, convergiendo todas para formar el increíble río de las Amazonas.

Ya acercándonos a Mera, el panorama se ensanchó, por lo menos hacia un lado, anticipando las llanuras amazónicas.



Orquídeas, antes de Mera

Pueblo de Mera.

Aquí, hay un hospital de misionarios protestantes de la misma organización que la super-emisora de ondas cortas de Quito, con sus avionetas de emergencia para atender las necesidades médicas de la selva. También hay una base militar chica pero que debe de ser importante porque sirve de centro de operaciones para toda la selva ecuatoriana. También hay minúsculas empresas de avionetas comerciales.

De lo conversado con mucha gente en las susodichas entidades, resulta que, aquí, se presenta la misma situación que encontramos en Sucúa y Macas.

Allá, los famosos Jíbaros - o sea los Shuar - no son más que un recuerdo. Aquí, los famosos Aucas - o sea los Huagranis - no son más que una sombra de ellos mismos. En otros tiempos, recorrían el territorio entre los ríos Napo y Curaray, pero ahora su territorio se reduce a una manchita entre los ríos Manderovacu y Lushiño, al oeste del pueblo de Curaray, y aun allí, no se >>>>>>>>