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hablar de los rumores del aterrizaje de un plato volador, pero que nadie tiene un conocimiento personal que contribuir.

El testimonio más interesante fue de un hombre, por una parte, convencido de la existencia de platos voladores por haber visto, en compañía de varios vecinos - que nos confirmaron el hecho - varios platos volando en formación, a una velocidad vertiginosa, una noche, hace siete años, de norte a sur según nos mostró, pero que, por otra parte, manifestó la opinión de que aquella mancha sin pasto cerca de la laguna Culebrillas se debe simplemente a un exceso de humedad. Así es la opinión de una persona que no se puede sospechar de antagonismo a los platos voladores.

Agotadas las conversaciones, lo único adicional que se podía hacer era ir a ver personalmente la laguna y el redondel estéril.

Doce kilómetros, habían coincidido tres informantes por separado; pero después de recorrer 16 kilómetros de camino de cornisa, cuando nos enteramos de que faltaba todavía 7 kilómetros, de algo que se había vuelto más lecho de arroyo que camino, nos pareció que lo aleatorio del caso no se merecía semejante castigo del coche - si bien la inmensidad, la soledad y la altitud de casi 4.000 metros que alcanzamos, hacían fácil imaginarse que esta zona sería favorita para el aterrizaje de platos voladores sigilosos; y, con el ambiente volviéndose, además, lugubre por las primeras lenguas, los primeros tentáculos, de grandes nubes amenazadoras negras alcanzándonos y rodeándonos, decidimos regresar a nuestra cresta-entre-los-abismos de ayer y de esta mañana; donde estamos ahora.

El Sol acaba de desaparecer en un magnífico resplandor rojo, detrás de un mar de nubes tangencial con el horizonte como sería un mar de agua visto desde un cerro.


El Sol desapareciendo

Desde nuestra cresta, el paisaje parece hecho de dos mitades puestas lado a lado arbitrariamente: de un lado, un abismo, y el cielo, están ya totalmente negros, con las lucecitas de un pueblito en la distancia; del otro lado, el otro abismo, y el cielo, están todavía de un rojo que parece ofrecerse intencionalmente en las varias etapas de obscurecimiento para nuestro deleite.

Así que vamos a pernoctar a cincuenta metros de donde pernoctamos anoche.

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Esta noche fue muy mala. ¿Cómo se puede dormir, con el coche sacudiéndose casi como barco amarrado pero no afirmado en un puerto mal protegido, y envuelto en el rugido de ráfagas bastante más fuertes que ayer?